“¡Al diablo el tráfico!” Por Lulú Petite

02/12/2014 03:00 Lulú Petite Actualizada 07:23
 

QUERIDO DIARIO.No sé si soy poco tolerante o realmente en las últimas semanas la ciudad es un desastre vial. No lo digo por las marchas que, ultimadamente, si más o menos te informas, sabes a qué hora comienzan, por dónde pasan y a qué hora terminan (Sobre aviso no hay engaño). El problema es que, además hay obras por donde quiera: Achicando banquetas, restringiendo calles, abriendo unos agujeros y tapando otros. Moverse en la Ciudad de México se ha convertido en una tortura. 

Aunque la mayoría del tiempo es hora pico, generalmente como de las once de la mañana a la una y media de la tarde el tráfico disminuye. Pero últimamente no. El caos es igual a toda hora. 

Me costó casi cuarenta minutos llegar con un cliente que quería su ‘mañanero’. Según él tenía prisa. Es lo normal, con este ritmo de vida todo mundo anda con el tiempo medido, unos minutos pueden volverse horas. 

Quedé de verlo a las once y media. Llegué pasadas las doce. Por el retraso los dos estábamos de malas. Yo por el tráfico, él por la espera. 

El hombre olía tremendamente a cigarro. Después de venir fumando mofles, lo último que quería era darle un beso a un cenicero. Igual sonreí, hicimos plática y con buena vibra logramos reestablecer el ánimo. 

Fue un alivio enorme cuando, sin que yo se lo pidiera, antes de comenzar a acariciarnos, sacó de su portafolio un cepillo de dientes y se lavó la boca. Agradecí el gesto cogiéndomelo con el mayor entusiasmo posible. Creo que lo disfrutó. En lo personal, debo admitir que con lo estresada que iba el sexo no fue placentero, pero tampoco desagradable. Simplemente un trabajo bien cumplido. Compensé mi retraso acompañándolo unos minutos más. 

Cuando salí del motel recibí una llamada de Miguel, un excompañero de la escuela, recordándome que habíamos quedado de comer esa tarde y advirtiéndome que por ningún motivo perdonarían que los dejara plantados. 

Iba a vuelta de rueda por Viaducto cuando recibí otra llamada. Era Raúl, un cliente a quien aprecio. Lo veo varias veces al año, pero siempre anda a las carreras. 

Me preguntó si podía atenderlo. Él, como de costumbre, ya estaba instalado, listo para darme el número de habitación. Le dije que sí. Después de todo, apenas pasaba de la una y media. Al motel no se hacen más de diez minutos, así que atendiendo a Raúl, calculé que sin broncas estaría a tiempo, a las tres en Polanco, en la comida con mis amigos. 

Sí, ¡ajá! Cuarenta y cinco minutos después, todavía atorada en el tráfico recibí otra llamada de Raúl. Ya sacado de onda. Fui llegando casi a las dos y media. Claro, mentando madres contra el maldito tráfico. 

Él disponía ya de muy poco tiempo y, con toda la pena del mundo, estaba planteándome la necesidad de cancelar. Es un hombre extraordinariamente amable, así que me recibió con la sonrisa de siempre, proponiéndome en principio, posponerlo. Igual pudo más la calentura, porque por más que intentó no pudo contenerse y me dio un beso. Una cosa llevó a la otra y terminamos haciendo el amor con entusiasmo. Sentada en el tocador, con las piernas abiertas, comiéndome sus besos y siendo penetrada deliciosamente por un hombre que, es de reconocerse, sabe lo que hace. 

Me hizo el amor de prisa, ambos a medio desnudar y entre gemidos exquisitos. Debo admitir que lo hizo tan bien que, a pesar del rapidín y con todo y el estrés, logró provocarme un riquísimo orgasmo. Cuando terminamos eran más de las tres de la tarde ¡Demonios! Yo ya debía estar en Polanco. 

Me duché lo más rápido que pude. Raúl, con mucha pena, me dejó en la habitación porque ya el tiempo le estaba ganando. Cuando salí del cuarto, en la cochera de a un lado, estaba un taxista discutiendo fuertemente con un huésped. 

Lo reconocí de inmediato, era un actor y cantante famoso. Es raro que los famosos se hospeden en moteles, el riesgo de una foto o de una indiscreción es mucho. Pero él no estaba en condiciones de calcular riesgos, traía una borrachera combinada con sabrá qué diablos, que apenas le permitía discutir con el taxista. Traté de no prestarle atención. 

Igual, cuando me vio, caminó hacia mí y me saludó como si nos conociéramos. Se acercó y hablándome casi al oído, me pidió que me quedara. Quería compañía profesional, pero no trabajo con quien no puede mantenerse en pie, menos con quien no puede pagarle a un taxista sabrá qué clase de deudas. 

Al ver que hablaba conmigo, el taxista trató de cobrarme a mí lo que él le debía. Tuve que explicarle que yo, más allá de la ‘tele’, al tipo ni lo conocía. Los dejé arreglando sus asuntos. 

Sonreí y seguí mi camino. En la calle, el tráfico seguía a vuelta de rueda. Me chocó darme cuenta de que la mayor parte de mi mañana la había perdido manejando a velocidad de caracol. Decidí que no dejaría que eso me arruinara la tarde. ¡Al diablo el tráfico! 

Llegué a comer como a las cuatro. Apagué mi teléfono y disfruté la compañía de mis amigos. La pasamos de maravilla. 

Hasta el jueves 

Lulú Petite 

 

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