Sexo con lo suyo duro

Sexo 01/12/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:05
 

Querido diario: Jaime es un cliente hiperactivo. Siempre que lo veo tiene mucho trabajo y está pegado del teléfono. Yo estaba recostada, con mis pies sobre sus rodillas, mientras él hablaba de esto y aquello con alguien de su oficina. Daba instrucciones. Era firme, pero no grosero. Me parecen muy sexys los hombres así. Yo lo miraba como quien mira un monólogo de teatro, una puesta en escena. 

Personaje: hombre cuarentón, castaño claro, poquita papada, ojeras de fiestero y labios de buen besador. Escenario: motel de Guadalajara, fría tarde de principios de diciembre. Jaime sostiene su cel con el hombro y la mejilla, mientras me masajea los pies. Le gusta apretarme los dedos por los lados, muy suavecito, como si jugara con plastilina. Estoy acostada y no sé por qué, pero me siento como una reina. Estiro los brazos y me miro las uñas. Espero que el hombre termine su conversación para nuestro segundo round. 

La primera escena de nuestro encuentro la terminamos en el piso, revolcándonos como coyotes sobre la arena del desierto. Le mordí un hombro cuando ya no pude aguantar más y él gritó o gimió de dolor o placer o  ambas cosas.

Se había echado un baño y vuelto a la cama para encontrarme como estoy. Entonces le dio por hacerme masajitos en los pies, su debilidad. Dato curioso: Jaime tenía una novia a la que no le gustaba que le tocaran los pies. Que ni se le acercaran, que ni les tomaran fotos. Le chocaba que Jaime tuviera ese fetiche con los pies. Él es un hombre culto y un buen empresario. Habla hasta por los codos, eso sí. Lo estoy conociendo y ya me sé parte de su vida. En su posición, sentado recostado contra el tope de la cama, su vientre se abulta un poco.

Por fin cuelga.

—¿Todo bien? —pregunto apoyándome sobre mis codos.

—See —asegura confiado.

Entonces hace algo que me desorbita. Agacha la cara y me huele los pies. Profusa, honda e intensamente.

—¿Qué onda? —brinco yo con algo de cosquillas.

—Ese olor… —dice suspirando.

No sé si sentirme mal o bien. Yo me cuido muy bien y procuro estar siempre bella y perfumada de cabo a rabo.

—¡Óyeme! Pero si no huelo a nada —Reclamo segura de mi higiene.

—Exacto —dice Jaime— Exacto.

Segunda escena. Rodando. Jaime viene hacia mí con un objetivo fijo: estamparme un buen beso con esos labios carnosos y jugosos, que han de estar así por lo tanto que habla. Sus manos abarcan mi cintura en cuestión de segundos. Su abrazo es decidido, sin titubeos. 

Abro las piernas y hundo mis dedos en su cabello. Nos besamos apasionadamente, como animales. Su lengua cálida y húmeda estrangula la mía, ahogándola y saciándola al mismo tiempo. Mi piel se pone de gallina cuando desliza las palmas de su mano por mis curvas, por mi cadera, mis nalgas, mi espalda. Siento el vapor de su aliento en mi oreja y un torbellino de cosquillitas me recorre de pies a cabeza. Me aferro a él, rodeándolo con mis brazos por el cuello. Nuestros cuerpos se funden. Su pene está duro, gordo y tiene vida propia. Lo siento empujar entre mis piernas, abrirse camino. Está caliente, está mojadito, está palpitando.

—Métemelo ya, por favor —le digo al oído.

Jaime se pone el condón. Me besa una vez más, como para la buena suerte, y me penetra. Siento el destello de un contacto eléctrico. Primero lo hace suavemente, empujando poco a poco cada centímetro de su miembro. Estoy tan húmeda que el resto es fácil. Empieza a agitarse sin compasión, concretando su esfuerzo en la entrepierna. 

Rodamos por la cama, nos besamos en el cuello, entrelazamos nuestros dedos para afincarnos el uno contra el otro. Yo meneo la cadera cuando termino encima de él, despachándome a diestra y siniestra. Él afinca los pies y se alza, taladrándome desde abajo hacia arriba, una y otra vez. La cama tiembla con nuestro vaivén.

Me toma por la cintura y grita de placer, dándome su herramienta hasta el fondo. Sus dedos marcan mi piel. Jaime tiene el rostro rojo y está empapado en sudor. Respira, exhala e inhala. Jadea, gime, gruñe. Es raro y sexi. La gente hacemos ruidos muy raros en los orgasmos. 

También, a mi manera, estoy a punto de estallar. Arqueo la espalda cuando lo siento pulsar dentro de mí. Abro más las piernas. Lo siento en mis entrañas, en lo más hondo de mí. Jaime tira la cara hacia atrás, arruga el ceño y lo deja salir todo, a chorros.

Caigo rendida sobre su pecho. A pesar del clima afuera, estamos acalorados, pero no nos importa. En eso suena su celular, pero él está en otra parte. Menos mal que no atiende, porque no me quiero mover. Así me despido de Guadalajara. Camino al aeropuerto, me pongo cremita de cacao en los labios. Hay que cuidar los labios del frío. Llegar a la Ciudad de México de noche es como ver una alfombra de luces interminable. Estoy en casa. Salgo arrastrando mi maleta cuando veo a Fernando entre quienes esperan a los viajeros que llegan. Sabía que iba a llegar como a estas horas, pero no habíamos quedado de vernos, no esperaba que me diera esa sorpresa.

¿Esto es real?, me pregunto mentalmente. No sé y no me importa. Camino hacia él sonriendo. Nada como un cálido abrazo de bienvenida.

Un beso, Lulú Petite

 

Google News - Elgrafico

Comentarios