'Me pone muy nerviosa', por Lulú Petite

01/12/2015 09:21 Lulú Petite Actualizada 09:21
 

Querido diario: Qué alivio volver a ti después de tanto tiempo. Sabrás que a veces la rutina se interpone. Mis dedos llevaban días ardiéndome por las ganas acumuladas de desahogarme. Ahora estoy más relajada y al fin puedo sentarme con calma a escribir.

Te contaba el jueves que conocí a un hombre que se llama Miguel Hidalgo. Para que quede claro de una vez: este no es pelón, no está ruco ni anda por las calles agitando un estandarte, ni pegando gritos revolucionarios ni llamando al levantamiento armado. Es un Miguel Hidalgo sin Costilla. Es arquitecto, trabaja en una empresa de construcción trasnacional, toca la guitarra en sus ratos libres y, además, de buena labia para la conversa, tiene mucho estilo.

Entró en mi vida un viernes. Por supuesto que le dije que sí a su invitación. ¿Qué se suponía que hiciera? Tenía que ver hacia dónde me dirigía ese camino. Y como el flechazo nos atravesó de volada, quedamos en vernos de nuevo el sábado por la noche. Desde hace mucho que no sentía este impulso tan efervescente. Pero antes de encontrarme con él, tenía que resolver un asunto. A medida que me preparaba para ir al motel, enumeraba mentalmente los pros y los contras de salir con él. Pros: Me encanta. Contras: No tiene puta idea de a qué me dedico. Pros: No tiene puta idea de a qué me dedico. Contras: Me sigue encantando.

Quería cancelarle al Padre de la Patria. ¿Por qué estaba tan ansiosa? Para más colmo se me hacía tarde. Salí descalza al pasillo y le toqué el timbre a Luisa, mi amiga, vecina, confidente. Esperé sentada en las escaleras mientras me abrochaba los zapatos. Volví a tocar. No estaba. La verdad es que ya me imaginaba lo que iba a decirme. Algo estilo “la vida es demasiado corta como para pensar las cosas dos veces”. Siempre sale con frases de esas, como sacadas de libros de autoayuda, pero que finalmente tienen sus netas. Así que decidí ‘aventarme, como El Borras’, a no darle cancha a las dudas.

Eran las nueve y yo ya estaba en el motel. Como un clavel, el cliente llamó a la hora exacta. Fui hasta su habitación, donde me recibió con mucha cautela. Me causaba un poco de gracia la precaución al abrir la puerta. Primero asomó un ojo por una hendija y preguntó:

—¿Lulú?

—Sí, soy yo —dije, ¿Quién quería que fuera? ¿El servicio a cuartos? Bueno, eso sí soy.

Me dejó pasar y cerró apresuradamente. No sé si era novato en este tipo de tratos o qué onda.

—Es un sitio muy discreto —dije para que se relajara.

Usaba una enorme playera con la cara de Darth Vader estampada en el pecho. Y digo enorme porque esa era su talla. Básicamente estaba obsesionado con La Guerra de las Galaxias y entusiasmado como adolescente con el próximo estreno. Me dijo que había visto toda la saga completa chorrocientas veces y que ya tenía sus boletos en la mejor fila para el estreno de la nueva entrega, el episodio VII.

—¿Qué te gusta? —le pregunté quitándome la ropa para cambiar el tema.

Tartamudeaba. Puse un dedo sobre sus labios. No hacían falta más palabras. Lo hice acostarse boca arriba.

—Yo me encargo. Que la fuerza te acompañe —le dije al oído, antes de meter mi lengua en su boca.

Me tocaba con mucha delicadeza los senos y su rostro se enrojecía cuando me meneaba encima de él. Apoyé las manos en su pecho y empecé a moverme rápidamente. Me agarró por las nalgas y las apretó para sostenerme mientras él se movía al mismo ritmo ascendente y descendente que mi cuerpo. Nos la pasamos rico, pero en todo ese momento me sentí un poco como la princesa Leia, cuando estaba secuestrada por Jabba The Hutt, supongo que la idea de Jabba también era cogérsela.

La hora aún no terminaba y yo ya quería irme de ahí, por mi cita con Miguel.

Salí disparada hacia el restaurante donde me vería con Miguel. Me esperaba en la barra, con los codos apoyados sobre el tablón.

—Pensé que no venías —dijo.

—Lo siento, estaba atendiendo una situación… complicada.

—No pasa nada —contestó con una sonrisa que me derritió—. Yo también me encontré con el tráfico. Acabo de llegar.

Compartimos una ensalada y varias copas de vino y hablamos de todo un poco. Él me explicó de qué iba su trabajo. Yo temblaba despacito al verlo tan de cerca, percibir su olor y fijar mi vista en sus ojos. Quería besarlo y quitarle esa ropa para causar estragos entre sábanas.

—Hey —dijo él de pronto—, ¿estás bien?

—¿Ah?

—¿Te encuentras bien?

—Sí, ¿por qué?

—Te pregunté que qué tal el trabajo.

Tragué saliva. No sabía por qué estaba nerviosa.

—Bien —respondí después de pasar un sorbo de vino.

Y como si me llegara del cielo, el mesero nos interrumpió para preguntarnos si queríamos algo más porque la cocina estaba por cerrar.

Miramos a nuestro alrededor. Éramos los únicos en el restaurante.

—Qué tarde es —dijo Miguel viendo su reloj.

Hacía frío y la noche amenazaba con llovizna. Miguel me acompañó hasta el coche y nos despedimos con un beso más largo e intenso que el de la última vez. Camino a casa presentí algo muy raro, como una necesidad de querer volver a verlo. Esto me aterró un poco. Mi vida cambió de color.

Un beso

Lulú Petite

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