Ella regalaba belleza

Al día 08/11/2016 05:00 Tanya Guerrero Actualizada 05:05
 

Los rostros son como óleos que Eduwiges Rodríguez Murguía pintaba artísticamente. Para ella, cada rasgo es diferente y en los ojos, en las cejas y en el matiz de la boca puede reflejarse la personalidad.

“El maestro me decía que yo me fijaba mucho en el alma de las personas, en consonancia con el rostro. Por eso al maquillar, aprendí a ver el carisma y con base en eso concentrarme en el peinado”.

A Vicky, le encantaba poner el maquillaje. Al tiempo que colocaba el rubor, le enseñaba a las mujeres la mejor forma de aplicarse las sombras: 

Decía: “para que estés guapa para tu esposo, es muy importante que te sepas arreglar. 

“El marido ve cosas bellas en la calle y para que no se aleje del hogar, las mujeres debemos levantarnos antes que él, para que siempre nos vea arregladas y bien preparadas”.

De niña, sus tíos trataban a Vicky como a un ‘garbanzo de oro’. Se destacaba por su inteligencia y la capacidad que tiene de aprender rápido todo lo que le enseñan.

“Me mandaban a hacer vestidos y los cortaba y cosía sola, me mandaban a hacer chambritas y en una noche me hacía un jueguito completo con gorrito. Los vendía a 14 pesos, igual que los dulces que preparaba con cuatro litros de leche y dos kilos de azúcar. También hacía polvorones.”, comenta la mujer, de 82 años, cuya infancia estuvo llena de felicidad.

Nacer en Charapa, Michoacán le dio a Eduwiges la “bendición de nunca tener hambre”. Para tener quelites, calabacitas y frutas en la mesa, solo bastaba ir a tomarla.

Al mudarse a la Ciudad de México, Vicky optó por convertirse en Cultora de Belleza y prepararse en varias academias como la de María Antonieta, en donde obtuvo su primer diploma, a los 17 años.

“Me encantaba cortar el cabello y estudiar el perfil de la persona”, comenta Vicky, quien durante años se dedicó a despuntar el cabello de artistas como Dolores del Río y Lola Beltrán. 

Conocer rostros y observar personas para transformarlas fue su pasión. 

“Me gustaba arreglar a las personas que entraban de una forma y salían de mi salón de otra. Decía: “Salió bonita gracias a mi”. Era como hacer magia, porque esa mujer  se sentía maravillosa. Eso era lo que más disfrutaba”, presume.

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