'Quería que se moviera más'

31/08/2015 03:00 Yudi Kravzov Actualizada 11:07
 

No hubo necesidad de preámbulos ni de promesas; tampoco de romance. Nos conocimos en una comida que organizó mi hermana y ahí fue donde él se ofreció a acompañarme a casa. Cuando lo invité a pasar, fuimos directo al grano. Sin grandes expectativas, una vez más, traté de sumergirme en un mundo orgásmico, de nubes, colores, magia y besos. 

Terminó dentro de mí; yo ni siquiera había empezado. Dormitamos. Abrí los ojos y todo era silencio dentro de la habitación. El silbido de un carrito de camotes me trajo a la mente la tarde en que lo hice por primera vez con un desconocido. No sé qué afanes destructivos se me meten a la cabeza. 

Tampoco sé si lo que siento es miedo a quedarme sola para siempre. 

A veces pienso que no valgo nada. Es raro, pero cuando lo hago con un tipo que acabo de conocer, siento una tranquilidad enorme porque no hay vínculos que nos aten. 

Después de coger, quiero salir huyendo o, mejor aún, que el tipo se vaya de mi casa.

En realidad, en esos momentos me gusta estar sola, especialmente cuando no quedo satisfecha. Sin embargo, me dio pena decirle que se largara, que no lo quería ver más.

Sin hablar, me levanté a darme un baño y cuando entré de nuevo a la habitación, lo encontré clavado en una película del canal 22. Me repugnó verlo echado en mi cama. 

Húmeda y ya sin ganas, me vestí en silencio. Me urgía echarlo de mi habitación lo antes posible. Quería que se fuera de mi casa. Se me ocurrió proponerle ir a comer pizza. Se vistió y salimos. Mientras yo mordía mi rebanada, me dijo que le encantó hacerlo conmigo, que le gusta el sabor de mis besos, de mi boca y de mi sexo. Yo le hice saber que me halagan sus palabras, pero no le dije que odié la forma en que me hizo el amor. Y es que me hubiera gustado que fuera más brusco, más cabrón, que me tocara, me chupara, me pellizcara, ¡que se moviera más, carajo! 

A mí me aburre cuando los hombres no se conectan bien a mis ojos, cuando no trabajan mi cuerpo para hacerme llegar, cuando se vienen antes que yo y creen que su pene dentro de mí es lo único que necesito para gozar. 

Me he preguntado infinidad de veces qué pasaría si todos comenzáramos a coger sin tanto miedo, si nos entregáramos de verdad al placer, si nos diéramos gusto en serio, si nos dejáramos sentir las entrañas, si pudiéramos acercar nuestros corazones y darnos sexo sin pensar en nada más. 

Sola en mi cama, esa misma noche, me dio por arrepentirme. Me regañé por meterme en peligro y hacer las cosas tan mal. Prendí la tele para espantar mis demonios. Después, imaginé que en torno a mí, se empezaban a acercar cabezas sin cuerpo y cuerpos sin piernas, cuerpos incompletos como mis actos de amor. No sé por qué me presto a hombres que sólo quieren quitarse las ganas, a machines calientes que no saben coger.

Antes de quedarme dormida lloré. No parezco mi propia aliada, no me cuido; la verdad, no me quiero. Lloré hasta sentir que mi alma flotaba, que en torno a mis sueños crecía el dolor y que mis deseos y mis intentos por hacerme daño, se unían en contra mía. ¿Por qué será que me odio tanto? ¿Algún día voy a vivir una relación en la que el amor se una con el sexo? ¿Voy a querer tener un compromiso algún día? 

Me abrazo, limpio mis lágrimas y me reconozco como una mujer de anonimato, aventuras y acostones.

 

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