¡Qué ganas le tengo!

Sexo 28/11/2016 05:00 Yudi Kravzov Actualizada 05:07
 

Seguido la miro salir de su casa; va de cola de caballo, linda, elegante, perfectamente arreglada, con el uniforme azul de falda entallada, una mascada, zapatos bajos y un gorrito que sujeta con varios pasadores. 

Siempre que la veo, me pregunto a dónde irá a volar, qué tierra pisarán sus suelas, qué sabores recorrerán su paladar. Si me atreviera, me acercaría otra vez a ella. Quisiera preguntarle qué se siente subirse a un avión, despegar, viajar entre las nubes, estar horas lejos de la superficie, recorrer miles de kilómetros por el aire y bajar en un lugar donde la temperatura, el aire, el idioma, la comida y la gente son distintos.

Cuando la miro, se me antoja también hacer el curso que la convirtió en azafata y andar como ella, volando. Luego pienso en lo difícil que ha de ser su vida: nunca aquí y nunca allá. Llega cansada, tiene horarios de recuperación y se la pasa en hoteles, comiendo sándwiches fríos. Yo la miro y pienso que si volara con ella, haría lo posible por aprovechar las horas para comer, dormir y caminar a su lado.

Es mi vecina desde hace 20 años y aunque alguna vez fue mía, para ella ahora solamente soy un pendejo que fuma mota, que trabaja poco y vive mal. Silvana conoce todos mis defectos. Detesta que fume y que no me lave las manos después de mear. Odia que me ponga los mismos pantalones de mezclilla todos los días y repudia mis múltiples achaques, esos que sólo la mariguana me sabe curar.

La veo y me la quiero comer. Me gustaría que fuera toda mía otra vez; me da por espiarla, asomarme por la ventana en la madrugada cuando escucho que ya va a salir. Yo de verdad quisiera dejar de ser tan huevón e inmaduro, pero nomás no puedo... Además, ella ya hizo su vida en el aire; de seguro ya encontró el amor en alguna parte del mundo. Tal vez ya sabe cuál es el tipo de hombre que la hace feliz. Quizá ya experimentó un sentimiento de plenitud, y ahora no sale del paraíso en el que algún día la perdí...

“Ay, Silvana”, me repito cuando la veo salir de madrugada, lista, hermosa y bañada, con ese aire inmaculado. Me da por recordarla sin ese trajecito azul, sentada en mis piernas, con mi mano en esa parte mía que es suya, pero que sólo yo sé dónde se encuentra... Sé que me quiere y me extraña, que desesperadamente se sube al avión para tratar de encontrar a otro que la toque como yo.

¡Ufff! Qué ganas le tengo cuando la pienso, cuando la veo arregladita y la quiero desarreglar... Sin embargo, sigo paralizado; no salgo de mi casa, hago que no existo, me fumo otro porro y la imagino en las alturas cada que pasa un avión por estos cielos mexicanos, en los que yo vuelo pacheco y desarreglado, esperando que algún día se decida a quererme como me quiso alguna vez.

En muchas fotos, he visto caras y costumbres distintas y no dejo de preguntarme qué se sentirá verlas en la vida real. Ella sí sabe y me gustaría mucho que me contara. Casi todos los domingos, Silvana duerme en casa de sus padres. Me imagino que su vida gira alrededor de una maleta ligera que le permite volar, y que está acostumbrada a dormir en cuartos de hotel y ver una tele que no es la suya. Pienso que mientras viaja, puede jugar a ser mujer de mundo.

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