Tenía el mundo a mis pies

Sexo 07/11/2016 05:00 Yudi Kravzov Actualizada 05:00
 

Salí de la entrevista de trabajo, sintiendo que el mundo me la pelaba. Pensé que se habían dado cuenta de que soy un chingón. Mis 23 años se notan en cada palabra que digo, lo sé. No soy un idiota de los que habla por hablar. Contesté firme a todas sus preguntas, les mostré que soy hábil, que puedo liderar un equipo de trabajo y ser parte del cambio de nuestro país. Les dije que quiero un México del que me sienta orgulloso, un país en el que no existan guarros que protejan a nadie de nadie, ni personas en las calles sin un alimento y un techo.  

 El hombre que me entrevistó era un poco mayor que yo y teníamos los mismos códigos. El que supongo que es su jefe, estaba también en la entrevista, pero nunca habló. Ni siquiera sé su nombre; parecía un ruco de cincuenta, de esos dinosaurios que cuentan chistes sin punch y están acostumbrados al México de transas que ninguno de los míos quiere. Creo que fue bueno que yo dijera que sueño con un cambio. 

 Se despidieron amables y yo agradecí su tiempo. Nos dimos la mano. La secretaria que me acompañó a la salida, me pidió que llamara a las cinco. A esa hora tendrían una respuesta. Cargado de adrenalina y de ilusión, le llamé a Margarita. Ella es la que va a ser mi mujer cuando consiga la chamba de mis sueños y el sueldo que me permita mantenerla. Nos fuimos a un hotel en su hora de comida. Sudamos los dos en la cama como si hubiéramos corrido un maratón.  Cada que la veo llegar, siento que soy dueño del mundo, y hasta de la galaxia entera. Ella me quita todo el pesimismo, el miedo, la sensación de inseguridad y los nervios. Vamos, si le puedo dar a mi Margarita un orgasmo de lujo y verla despegar de esa manera, entonces puedo lograrlo todo, todo. Amo cuando grita, cuando llega, cuando se comprime y exprime, cuando moja y se moja. Adoro esos segundos, en los que abrazado a su cuerpo, vibro yo también. Cuando abre los ojos y me sonríe, siento que soy fuerte y poderoso; muy fuerte y muy poderoso. Sé que voy a llegar a ese sitio donde me sentiré rey. 

 Después de que Margarita aterrizó, le conté que fui a la entrevista y que me fue de maravilla. Le aseguré que conseguiría el trabajo del que tanto le he hablado, y que voy a transformar el México de miedo en uno de prosperidad. Después, le dije que 2017 significa un nuevo camino, donde me veo acompañado. Emocionado y lleno de ilusiones, la monté por la espalda. Metí mis ganas en su calor, en ese cuerpo ya húmedo que esperaba a que yo entrara de nuevo. Pensando en todo eso y en nada, exploté dentro de ella y me quedé mareado. Creo que hasta perdí el conocimiento, porque cuando abrí los ojos, ella estaba frente a mí, acariciando mi frente y mis cejas, y me decía cosas lindas. 

 Nos bañamos hechos la madre, y la dejé en la puerta de su chamba. 

 Caminé un rato por los parques húmedos de Chapultepec esperando a que dieran las cinco. Nervioso, frente al gran árbol que llaman “Sargento”, esperé a que me contestaran. Pedí con la persona que me entrevistó y su secretaria me dijo que no podía contestarme en ese momento, pero que no iban a necesitar de mis servicios y que me deseaban mucha suerte. 

 El mundo se me vino encima... Me transformé en microbio, en un bueno para nada, en un perfecto idiota. Me dieron ganas de cagar; sentí un madrazo en la cabeza, un putazo en el corazón y me acosté en el suelo, porque no podía mantenerme de pie. Mis lágrimas se revolvieron con lluvia. Un cuidador del bosque, que sí tiene chamba, me ordenó que debía salir, que estaban cerrando y no me podía quedar ahí.   

Caminé con el vigilante hasta la salida. Mi celular tenía tres llamadas perdidas de Margarita y varios mensajes en los que me preguntaba: “¿Adónde vamos a festejar?”. Por supuesto, no le contesté… 

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