Sin derecho a maltratarme

Sexo 07/03/2017 05:00 Yudi Kravzov Actualizada 05:00
 

Desde hoy, Marcos, las reglas han cambiado. Así son las cosas: si no te admiro, no te atiendo. Si te portas grosero, si le hablas feo a tu mamá, si insultas al niño o al perro de la vecina, si gritas, me ignoras o me dices cualquier palabra hiriente, no te vuelvo a servir un solo plato. 

Si no me das las gracias, o si no me preguntas cómo estoy, no pienso atenderte. Aquí ya se acabaron las consideraciones para ti, porque tú no eres amable ni respetuoso con nadie. Vas y te comes tus tacos de frijol en otro lado. Y no vuelvas a decirme que te estoy corriendo. Me gustaría tenerte cerca, pero así de cabrón como eres, no. Yo quiero estar con un hombre admirable, con alguien que  me valore, que se ponga contento cuando me vea, que comparta conmigo sus pedos y sus pedas. 

Esa es la realidad y como no tengo lo que quiero y merezco, ya no me voy a sentar en tu mesa, ni voy a pasarte el arroz, ni voy a hacerte tortillitas de masa fresca. Y es que nada más llegas a la casa a obscurecerme el día, a hacérmela de tos y a joderme la paciencia.  

Te equivocas si piensas que mi deber es servirte. Todo lo que he hecho por ti hasta hoy ha sido porque te adoro. Además, te admiraba: eras dulce, amable y detallista. 

Ahora, siempre estás de malas. No sé qué te pasa; todo lo bueno y admirable que había en ti, ya no existe. 

Te dedicas a echar madres y a gritar, y eso ya me está pudriendo la paciencia. Y ya te lo dije muchas veces y no entiendes por la buena. Siempre me sales con que tú traes la lana, con que eres el que paga la renta y la manutención, y que yo debo aportar mi tiempo, mi sazón y mi empeño para transformar esta casa en hogar. 

Entiendo que cada uno tiene su papel, pero mi contrato no incluye el hecho de que a cambio de que tú traigas dinero, yo aguante tus maltratos. 

Las reglas a partir de ahora son simples. Si quieres beber de mi cuerpo, mecerte en mis brazos y sentirme explotar, tienes que apapachar mi espíritu con palabras lindas cada que me ves. Aunque sea regálame una rosa de ocho pesos, o de vez en cuando tráeme unos churros con chocolate, o dame un masajito. 

Me gustaría que me dijeras que me quieres, o que por lo menos me inventaras que sería bonito estar juntos y abrazados viendo las olas del mar.  No quiero verte si vas a venir a quejarte de todo lo que pasa en el mundo. No quiero que estés aquí si vas a llegar a insultarnos, a gritar, a quejarte y a decirnos cosas feas.

 No quiero escuchar que hablas mierda de tu trabajo, del tráfico, ni que odias a tu jefe, tu vida y de paso a mí. Te enojas, alzas la voz, reclamas, haces tu desmadre y después me ignoras para perderte en la tele. 

¿Y sabes qué? Ya me cansé, Marcos. No estoy para que te desquites. Estoy para escucharte, para entenderte, apoyarte, apapacharte y recordarte todas las cosas por las que te quiero y  admiro, pero si me gritas, me insultas, y me rompes en pedazos, de mí no vas a sacar ni atenciones, ni cariño, ni deseo, ni ganas de darte amor. 

No vengas a la casa a destruir lo que construyo durante tu ausencia. Yo me quiero mucho, así que no me hagas dudar de que valgo, de que estoy bonita, de que soy una mamá linda y una mujer que sabe. 

Si yo te apoyo, también necesito de tu apoyo, de tu sinceridad, de tus besos... Yo quiero que te preocupes por mí y que me des sorpresas románticas. Espero que te haya quedado claro. 

 

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