‘Su marido no le da orgasmos, yo sí’

Sexo 02/05/2016 05:00 Yudi Kravzov Actualizada 09:09
 

Ando con Samara, una mujer casada con un rico aburrido que es torpe en la cama. Supo hacerle hijos, pero no ha sabido darle orgasmos. No sé si alguna vez ella se enamoró de él, pero a mí me aprendió a querer poco a poco. Sin darse cuenta, se enganchó de la forma espléndida y atípica en la que me gusta coger.

Yo encuentro la belleza en todos los cuerpos femeninos. Soy de los que odia el comportamiento rutinario y acartonado en la cama. Entonces le doy chupadas y masajes en lugares en los que nunca la habían tocado antes. Ella, incapaz de comprender los sentimientos que me motivan a amar de esta manera, se siente una diosa cuando yo la amo así. Y es que a pesar de sus 50, desconocía por completo que la atravesaran por el sexo, que la rompieran en mil pedazos, que un orgasmo la abrazara, y antes de terminar, empezara el siguiente. Al principio voy despacio.

Después de decirle cuánto me gusta su cuerpo, sus ojos y su olor, comenzamos a besarnos. A veces es en el sillón, a veces en la cama o   hasta en la mesa. Así son nuestros días y nuestras tardes. En ocasiones, nos quedamos dormidos los dos y cuando despertamos, acerco mi mano a su sexo y la acaricio. En cuanto la siento humedecerse, comienzo a besarla otra vez. Me gusta que su deseo parezca insaciable, que su cuerpo ceda sin límites y se abra para dejarme estar en ella y hacerla feliz. Mis manos guían todo su cuerpo y toda ella me guía a mí. 

Le gusta subirse y cerrar los ojos lentamente, mientras se pierde. Su cadera se mueve a mi ritmo. Dice palabras muy quedito y después pronuncia fuerte mi nombre, para pedir más, más.

Al contrario de lo que le sucede con los demás hombres, puedo quedarme viéndola venirse una y otra vez, sin que yo haya terminado por completo.

Fue ella quien decidió que me mudara. Le molestaban mi rumbo y mi casa porque de verdad vivía yo muy jodido y muy solo. Me ayuda con dinero y me muestra una forma elegante de vida. Pone la mesa con dos cuchillos. He probado platillos de pescado y carne cruda, mostazas de otro país y pates con higo que saben a miel. Yo soy feliz porque empiezo a ser diferente por y para ella.

Conocerla me ha despertado las ganas de pensarme nuevo. A mi edad no es fácil comenzar.

Ella se entregó a mí para curar su huella de dolor. Samara cambió mi perspectiva. Yo la toco mañanas y tardes, pero sueño con tenerla también en las noches.

Sé que Samara por primera vez siente que el amor y el sexo se mezclan, que los celos, la pasión y la obsesión se unen en la cama y se funden hasta el grado de llorar. Me volví la pieza del rompecabezas de su vida, pero creo que no sabe exactamente dónde embono, porque ni lo sé yo.

La casa que me renta me gusta, incluye sus deseos sexuales en cada punto del lugar.

Tenemos cuidado de que su marido no nos descubra. Ojalá que nunca sepa que entre nosotros se siente la curiosidad, que nos escondemos del mundo para tocarnos el cuerpo y que hasta Dios se sorprende de cómo y cuánto nos queremos Samara y yo.

Tal vez algún día lo nuestro terminará por acabarse y yo regresaré a mis rumbos y a mi casa, pero ahora también la quiero amar, cuidar, proteger, cortejar y hacerla feliz por primera vez en su vida.

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