La angustia no termina

18/02/2014 03:00 Lydiette Carrión Actualizada 17:07
 
En la desaparición de Cecilia Navarro Sánchez hubo decenas de pistas y líneas de investigación. Ninguna se ha seguido hasta el fondo. Su hija de 27 años, Cecilia Campos, concluye que sólo puede haber dolo. 
El 4 de septiembre de 2012, Cecilia fue a trabajar a la Normal de Naucalpan como cualquier día. Pasadas las 3 de la tarde recogió a uno de sus hijos de la secundaria, lo dejó en la casa familiar, en Valle Dorado, y le dijo que iría a Toluca a un evento o reunión del sindicato al que pertenece. Ya no regresó. Al día siguiente, el celular estaba apagado. Desde las seis de la mañana, el esposo e hijo mayor comenzaron a buscarla sobre la autopista.  La hija fue al MP de Sor Juana, Tlalnepantla, pero las autoridades le dijeron que debían esperar 72 horas para levantar la denuncia, pero que podría acudir a un módulo exprés. En éste tampoco la atendieron.
La familia se dirigió a diferentes oficinas federales. Tampoco tomaron el caso por no existir indicios de secuestro, pero les informaron que los agentes del estado de México estaban obligados a recibir la denuncia antes de las 72 horas. Entonces regresaron al MP de Tlalnepantla. Por fin levantaron el acta a la una de la mañana del 6 de septiembre. 
 
UNA VIDA SATISFACTORIA
 
Cecilia Navarro tiene dos maestrías, un doctorado, una carrera académica y laboral satisfactoria, cuatro hijos, un esposo. Antes de desaparecer se encontraba a seis meses de su jubilación.
 
Quería comprar una casa. 
 
El 7 de septiembre, Cecilia hija recibió una llamada del entonces subprocurador del estado de México, Alfredo Becerril, quien le informó que él se haría cargo del caso. Inmediatamente se abrieron diversas líneas de investigación, “pero desde entonces han hecho muchos cambios”, han pasado por tres agentes del Ministerio Público. 
 
Hasta la fecha, los pocos indicios han sido investigados parcialmente. Un ejemplo es el auto. El 6 de noviembre, la familia fue informada que el auto de Cecilia había sido hallado en el Circuito Historiadores, en Ciudad Satélite, a unos 25 minutos del hogar. Acudieron al corralón OCRA de Tlalnepantla y constataron que el auto tenía una ventanilla trasera rota. No se encontraba ni la laptop ni la caja con documentos y papeles que Cecilia siempre cargaba. 
 
Días después, los hijos mayores visitaron a la mujer que reportó el auto. Ésta les dijo que lo había denunciado desde inicios de septiembre. La policía hizo caso omiso hasta que, en octubre, una patrulla notó que el coche tenía reporte de robo y lo llevó a OCRA. 
 
Pasaría un mes más hasta que informaran a la familia. Para entonces, los videos de la calle que podrían haber revelado quién lo estacionó ahí ya habían sido borrados. Más aún, la testigo informó que el auto no tenía ninguna ventana rota cuando se lo llevaron. 
 
Otra línea de investigación apunta a una casa que Cecilia quería comprar. Este inmueble, actualmente deshabitado, se encuentra a cinco minutos del lugar donde fue hallado el auto. La policía solicitó una orden al juez para ingresar al interior, pero apuntó mal la dirección. Jamás se examinó la casa. Tampoco se solicitó toda la información del celular de Cecilia. Los interrogatorios a los dos principales sospechosos fueron parciales; pero quizá lo más doloroso para la familia fue la vez que les informaron sobre un cuerpo. El 12 de octubre de 2012, las autoridades habían hallado la parte inferior de un cadáver femenino.
 
La hija tuvo que ver las fotografías. Ni la ropa, o el calzado eran los de la madre, pero de cualquier forma se solicitaron pruebas de ADN. Les dijeron que no había coincidencia genética, pero jamás les mostraron los resultados del laboratorio. Un año después, en noviembre de 2013, el nuevo comandante a cargo les informó sobre un cuerpo. Cecilia hija tuvo que ver fotografías nuevamente. Se trataba de los mismos restos que les habían mostrado el año pasado.

 

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