Camino sin fin

11/03/2014 03:00 Lydiette Carrión Actualizada 02:42
 
Alma Delia García Pérez desapareció en un trayecto mínimo: cuadra y media que separa su trabajo del metro San Cosme. Pasó un día cualquiera, entre las 8:01 y las 8:30 de la noche; una hora en la que todavía es posible ver mucha gente caminando en la zona. 
 
Alma Delia tiene 31 años, es diseñadora gráfica de profesión, madre de un niño de siete, esposa de Adalberto e hija de Rufino García. El martes 25 de febrero de 2014 se levantó temprano, dejó su casa en Azcapotzalco y abordó el Metro con rumbo a su trabajo. 
 
Solía utilizar el coche, pero desde un par de meses atrás optó por utilizar el transporte público. Y es que en varias ocasiones le habían abierto y desvalijado el auto, que dejaba estacionado en los alrededores de su trabajo. Ello, aunado a que en realidad su oficina queda relativamente cerca del hogar.
 
El martes no tuvo nada extraordinario. Llegó a su trabajo en unas oficinas gubernamentales  sobre la calle Rosas Moreno, a cuadra y media del metro San Cosme. De ello dan cuenta las cámaras de seguridad del edificio. Pasó el martes sin incidentes, diseñando carteles y campañas para el corredor Insurgentes. Alrededor de las 7 de la noche habló con su papá, quien se ofreció a pasar por ella y darle un aventón, pero Alma Delia declinó el ofrecimiento; ya que dijo no era necesario que se molestara. 
 
A las 7:45 de la noche envió un mensaje a su esposo Adalberto a través del radio Nextel. Le avisó que ya pronto saldría de su trabajo y que llegaría a casa entre 8:15 y 8:30. A las 8:01 de la noche los videos de seguridad registraron a Alma Delia saliendo del edificio: 1.65 metros de estatura, tez clara, complexión delgada, ojos negros, vestida con una malla negra, chamarra de piel del mismo color. 
 
Pero las cámaras del metro San Cosme no tomaron a ninguna mujer con la media filiación de Alma Delia, quien jamás ingresó a los andenes.
 
La joven desapareció en una cuadra y media sobre esas calles transitadas de un barrio popular. 
 
“No sabemos si la interceptaron o nada”, explica el señor Rufino.
 
Ella debía llegar a casa entre 8:15 y 8:30 de la noche. El esposo Adalberto constató que el teléfono fue encendido a las 9:25 de la noche. No se inquietó. Todavía era temprano, pero después le marcó para saber si todo estaba bien. El teléfono estaba apagado. Dejó pasar otro rato más, mientras dormía a su hijo. Marcó de nuevo. Estaba apagado. Adalberto pasó la noche en vela. Trató una y otra vez de comunicarse sin éxito.
 
La esperó toda la noche. Ella nunca llegó. Al día siguiente se dirigió al trabajo de Alma Delia con la esperanza de que ella llegara, de que todo fuera un malentendido. Pero Alma Delia no se presentó a su trabajo.
 
Rufino García nada sabía de esto, hasta el mediodía del miércoles 26 de febrero, cuando su yerno le marcó al teléfono. Estaba desesperado. Le explicó que Alma no aparecía. Por la tarde de ese día interpusieron la denuncia en CAPEA. “Nos atendieron bien, la verdad. Por ellos vimos los videos del Metro”, explica el padre.
 
Pero han seguido pasando los días y no hay rastro de su hija. No hay un análisis de la sábana de llamadas. Pero más inquietante aún, no hay una sola línea de investigación. 
 
“He procurado estar tranquilo, porque no ha habido una llamada de rescate. Pero sigue pasando el tiempo y no sabemos nada de ella”, admite, desconsolado, el padre de la joven. El esposo debe repartir su tiempo entre el trabajo, la búsqueda y el cuidado a su hijo pequeño.
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