Lo até a mi lujuria

ZONA G 28/02/2018 09:11 Anahita Actualizada 09:11
 

Mientras hablaba con Alfonso por teléfono, me secaba el pelo con la toalla; “¿cuándo vienes?”, me decía suplicando después de varias semanas sin vernos. “Qué ganas de apretarte contra mí; nomás de pensarte, no me aguanto y me hago justicia…”

Sus palabras me hacían suspirar y lo imaginaba en su cama consintiendo su entrepierna. Saberlo masturbándose con el cuerpo acumulando los deseos de tenerme era tan excitante que, a veces, yo prefería que no nos reuniéramos para mantener su imagen así, ganoso e impaciente.

Se confesaba a través del auricular; que lo hacía antes de dormir, al despertar aprovechando la erección mañanera y en la regadera; me decía que dejaba caer el chorro de agua de la pequeña manguera en su falo para, luego de un par de minutos de ricos chisporroteos en el glande, enjabonarlo cariñosamente.

Me narraba cómo deslizaba su mano empuñando su pene con la espuma de arriba hacia abajo, mientras, con la otra palma, acariciaba su torso y la cascada de la regadera caía en su nuca. Yo gozaba con sus explícitas descripciones para usarlas a favor de mi lujuria en solitario.

Esa noche, seguí cepillando mi cabello y lo trencé con el listón satinado que Alfonso me regaló… El recuerdo me lanzó sin dudar a empacar para viajar al día siguiente hacia Querétaro. En un mensajito, le avisé que iba en camino y gustoso, me escribió que pasara a su oficina por las llaves de su casa en lo que salía de trabajar.

Llegando, me tumbé en su cama y recorrí con mis dedos y pies descalzos las mantas que reciben a mi amante y volví a imaginarlo desnudo y ausente de su entorno por el orgasmo que lo asalta cuando piensa en mí. Y me masturbé.

Relajada, me di una ducha y regresó la escena a mi mente de Alfonso y el agua mimando su pene; de igual manera, dirigí el chorro a mi centro y me provoqué otra detonación.

Expectante de su arribo, acicalé mi melena y me enfundé una coqueta batita blanca que hacía juego con el listón. Cuando llegó, alabó el aroma a mantequilla con la que le preparé hotcakes.

Me abrazó y besó con tal euforia, que interrumpió mi respiración, la cual fui recuperando con su propio aliento. Mientras me comía la boca, pasó sus manos por la trenza húmeda y y sedosa por el lazo.

Lo reconoció y me reprochó que le había tendido una trampa. “Viniste bien armada con la bata que me encanta y el listón que te compré”. Fue en un viaje a París y que encontró en una linda bonetería.

En la cocina, al tiempo que engullía bocados de hotcake y rodeando mi cintura, yo lamía la miel que se derramaba en la comisura de sus labios.

Comía y, sin soltarme, escondía su cara en mi cuello. Me besaba la piel, susurraba halagos, me decía que muchas gracias por haber venido y volvió a ensartar con el tenedor otro pedazo para convidarme.

Pero al estacionarse en mi garganta, ya no aguantó y soltó el cubierto resonando en el plato y me tomó con los dos brazos para pasar a mi escote y devorarme los senos, me subía el faldón y apretaba mis nalgas sin bragas.

Me llevó a la recámara sin parar de besarme y tocarme; yo masajeaba su hinchazón, bajando la bragueta, y lo tiré en el colchón. Le quité el pantalón, desabroché la camisa, me alcé la batita y sobre el bóxer abultado, froté mi pubis, mojando la tela con mi lubricación.

Mis manos amasaban mis pechos mientras me contoneaba encima de su miembro aún vestido y él observaba la danza sosteniendo mis caderas. Alcanzó el cajón de la mesita y sacó un condón.

Me retiré, seguí motivando mi clítoris con los dedos y él forró de látex su trozo y, enseguida, se incorporó y me tomó de los glúteos para clavarse, ambos formando esa flor de loto que acerca los cuerpos tan íntimamente.

Zafé el camisón y los torsos rozaban uno contra el otro, mientras me penetraba. Yo rasguñaba su espalda, él jalaba mi trenza para tener bien disponible mi cuello y así encontró el satín.

Delicado, tiró del largo listón y deshizo el peinado; esparció mi cabellera mojada y en una simbólica unión más intrínseca, rodeó ambos cuerpos con el lazo.

Se hundió aún más poderoso en mi carne para empezar a restregar nuestros vientres; nos besamos frenéticos, y la erosión de mi pubis y su miembro atrapado sin remedio en mi sexo nos hizo explotar al unísono.

Hoy, cuando me masturbo pensando en él, recorro el listón por mi cuerpo como lo hiciera su lengua.

 

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