Fui suya en la lavadora

Sexo 25/05/2018 05:18 Anahita Actualizada 12:47
 

A Ramiro le dieron el aumento que esperaba desde hace un año y las mejoras se notaron considerablemente. Hasta un viaje va a hacer. Pero, por lo pronto, necesitaba cambiar de departamento y lo que requería para equiparlo.

Entonces, me pidió que lo acompañara a comprar algunos muebles y yo fui encantada. Y aunque mis visitas a su casa siempre han sido esporádicas, tenía que calar el nuevo colchón.

También el sofá, la mesa que ocuparía su comedor y una buena alfombra…

Además, compraría un centro de lavado porque decía que ya estaba harto de pagar lavandería.

Todo estaba a punto de quedar bien ordenado en el espacio recién estrenado, y sólo faltaba alistar mangueras y conexiones del flamante equipo en el cuarto de servicio que se encontraba en la azotea.

Así pasamos la tarde en medio del sofoco gracias al calor que pega con fuerza en la pequeña habitación y ya comenzaba a darnos sed de la buena. De vez en vez, yo me agitaba el cabello desde la nuca y él se me acercaba dando ricos soplidos para secar el sudor. Se me erizó todo.

Hecho, lo habíamos logrado; y para celebrar, Ramiro me propuso que “acapulqueáramos” en unos camastros que instaló afuera del cuarto para aprovechar el sol ardoroso de abril y bajó por unas cervezas.

Ataviada con un short de mezclilla y una playerita de tirantes, imitó el atuendo y fue a enfundarse unas bermudas, pero poco le importó cubrirse la parte superior.

Y ahí venía, con su torso orondo y sus piernas fibrosas, llevando en una mano una cubeta con varias cervezas clavadas en los hielos y en la otra, una bolsa de papitas.

Se recostó en el silla y destapó dos, me dio la mía y la suya se la llevó a la boca para beberse media botella de un jalón. Las gotas de agua que escurrían del frasco cayeron en su pecho, recorriendo los surcos bien definidos.

Con la palma, cubrió la piel sensualmente con el líquido para refrescarse y ultimó la cerveza. Yo sólo observaba saboreándome el trago y su dermis perlada. Él ni se enteraba. Hasta que, decidida, me aproximé y me le monté a la vez que le daba otra botella; “salud”, le dije encima de él chocando los cascos.

Ramiro sonrió encantado mientras me veía empinarme la cerveza y luego pasar el vidrio ámbar bien frío por el cuello y el escote; “¿por qué no te quitas la playera?”, me retó, “¿y si me ven?”, cuestioné pícara. No dijo nada y lo hizo él, se acercó a mi abdomen y empezó a besarlo, dando lamidas y pequeñas mordidas.

Me bajó el cierre y empezó a dedearme dentro del short, mientras yo suavizaba su espalda y su melena crecida y oscura. Lo tomé del rostro, nos comimos las bocas jariosamente y comencé a restregarme en su ya abultado pantaloncillo. Se inclinó en mi pecho y metió su lengua afilada entre el brasier.

Le ayudé y me saqué una teta para que se regocijara a su antojo; sin embargo, ya no le fue suficiente y se levantó llevándome aferrada a su cuerpo al cuarto de servicio y, de espaldas a él, me estampó frente a su blanca y reluciente lavadora.

Se quitó las bermudas, me arrancó el resto de la ropa y me hizo un cunnilingus enloquecedor, abrió mis piernas y metió sus dedos en mi vagina preparándome para penetrarme vigorosamente. Alcé mi pierna izquierda y la apoyé en la superficie de la máquina para abrirme completa a sus magreos y embestidas.

Agarrada al panel de funciones, seguía clavándome como un demonio, e intempestivamente, salió de mí para subirme y recostarme medio cuerpo en la superficie y hacerme un oral que me hizo reventar y revolcarme hasta tirar las botellas de jabón, del suavizante y el cloro que, según, ya habíamos puesto muy ordenaditos.

Ahora era mi turno y le ordené que se sentara sobre la lavadora y me clavé su miembro en la boca para consentirlo como se merecía. Me devoré su carne dura, y lamía y chupaba sus testículos, al mismo tiempo que amasaba sus pectorales. Él se arqueaba de placer.

Y antes de que se viniera, me alzó para volver a incrustarme sobre él y los dos arriba, constatamos que esa máquina era lo suficientemente resistente para soportar los embates de uno contra el otro, afianzándonos con uñas y dientes.

El estertor final llegó, salió de mi entraña y el deslechamiento se derramó en ambos vientres. Con mi abdomen seguí refregando su trozo, resbalando deliciosamente con su semen.

Y nos quedamos abrazados, mientras, poco a poco, se iban apaciguando los sentidos y las respiraciones sin él dejar de besarme el cuello. Finalmente y con éxito, estrenamos su aparato y no precisamente lavando ropa…

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