Desperté su calentura

Sexo 24/01/2018 05:18 Anahita Actualizada 05:19
 

Era evidente nuestra atracción después de habernos conocido en una aplicación de ligues, y después de algunos meses y varios saludos virtuales, por fin, nos animamos a conocernos en persona.

Luego de una cena elegante, tragos y una divertida plática aderezada de halagos, nos despedimos, aunque parezca un poco extraño, con un beso en la mejilla.

Pero los mensajes de texto estaban a la orden del día y la invitación a su casa no se hizo esperar; “sushi en mi casa, ¿te late?”, me dijo mi gentil catalán que ya me había confesado que me seguía en Instagram, donde le había cautivado especialmente un par de sexys calcetas que capturé en una imagen.

Vestidito negro, lencería linda y unas botas rojas que enfundé sobre esas medias largas cubriéndome hasta las rodillas que le gustaron tanto fueron el ajuar para esa noche.

Tímidos al saludarnos, me recibió en su departamento; cenamos, charlamos, tomamos vino, y cuando el impulso nos sorprendió, nos abalanzamos uno hacia el otro y comenzó el juego de manos.

Las bocas buscaron ese objetivo más allá de las mejillas y nos comimos los labios, las lenguas; nuestras profundidades hacían eco por los gemidos del otro y los dedos impacientes decubrían ambas pieles.

La sala ya era un campo minado por las ropas que quién sabe cómo fueron a parar a los muebles más lejanos del sofá donde ocurría lo que nos urgía que pasara… Excepto mis calcetas, que vestían perfectamente mis pantorrillas.

“No te las quites”, me decía, mientras las acariciaba, “qué buen detalle que las hayas traído”, agradecía y volvía a introducir su lengua en mi boca y frotaba su mano en mi pubis por encima de las bragas.

Le descubrí el torso desabotonando la camisa cuando estaba él de pie y yo de rodillas sobre el sillón. Le lamí el vientre, los costados y  desnudé su centro de donde brotó inquieto su pene ancho y largo.

Qué maravilla degusté cuando empecé a chuparlo a la vez que sus manos revolcaban mi pelo y acariciaban mis hombros. Se recostó y volví a engullir su miembro para luego subir a su boca y retozar mi raja en su falo y barnizarlo de mi jugo, moviéndome de arriba abajo.

Su anatomía perfecta de incansable deportista deleitaba mis ojos al tiempo que lo recorrían mis senos y mis palmas; él me abrazaba y restregaba su torso contra el mío en una súplica silenciosa de ya querer penetrarme.

Me incorporé, le puse el condón y me ensarté en ese bronceado trozo, entrando en un viaje casi interminable de tan grande.

Cabalgué gustosa aferrándome a su pecho, mientras él pellizcaba mis pezones.

En una voltereta, me acostó en el sofá y levantó mis piernas sobre sus hombros, y otra vez consintió mis calcetas negras con motivos en forma de besos rojos. Mis pantorrillas arropadas por el nuevo fetiche se balanceaban en el mete y saca poderoso y sus manos sostenían mis muslos para entrar y salir en absoluto frenesí.

Pero a mi hermoso catalán le gustaba juguetear en mi carne viva y se propuso darme el primer orgasmo de la velada. Así que hizo que me recostara encima de él y metió sus dedos en mi vagina.

En una exquisita contorsión, comenzamos a besarnos tan cachondamente, que su lengua imitaba el magreo de sus yemas en mi núcleo que chorreaba de placer.

“Qué mojada estás”, susurraba en mi oído para luego regresar a mis labios que chupaba como un delicioso caramelo. Mientras sus dedos índice y medio se bañaban de mi zumo, su pulgar accionaba mi clítoris, y tras un largo ritual de besos y toqueteos: exploté.

Él acariciaba mi pelo y mis senos mientras yo descansaba de la detonación. Y al recuperarme, delicadamente se apartó de mi cuerpo y me pidió que me pusiera en cuatro.

Aún jadeante por aquel orgasmo, obedecí; anhelante de su lujuria, le di mi trasero y la sutileza fue desvaneciéndose al tiempo que su verga hinchada me embestía valerosa.

El bombeo hizo agarrarme fuerte del posa brazos y casi morder el cojín para que cualquier vecino no se percatara de lo que sucedía en ese interior,  en el quinto piso y con una vista increíble de la Ciudad.

Tras el fortísimo embate de su miembro contra mis glúteos, salió, quitó el preservativo y soltó su leche en interrumpidos chorros tibios que cayeron sobre mis vértebras.

Relajados en el sillón, le pregunté que si quería conocer mis pies desnudos y me respondió que “aún no; me encantas así, con tus medias”.

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