Gocé su jovial cachondez

Sexo 19/10/2016 05:00 Anahita Actualizada 05:02
 

El primer recuerdo que viene a mi mente de esa tarde de otoño en Nueva York es con Eugenio detrás, mi mano en la suya y yo guiándola desde mi vientre hacia el cierre de mi pantalón. Despacio,  conteniéndole las ansias que en la conferencia me mostró cuando acepté que nos fuéramos a su cuarto.

Desde el avión camino a cubrir una rueda de prensa, el joven reportero casi se me declaraba; “he leído tus entrevistas, admiro tu estilo, y tenía muchas ganas de conocerte”, se confesó mientras la azafata recogía los trastos del lunch y nos servía café. 

Entre halagos, fue inevitable contemplarme en sus anteojos; le sonreí y sugerí que nos hiciéramos compañía   en la Gran Manzana. En el taxi hacia el hotel, curioso y vivaz, no paró de atrincherarme con su encantador bombardeo de preguntas, y yo seguía observándome en su mirada con singular narcisismo, dejándome adular.

Al día siguiente, ya listos para trabajar con nuestros respectivos gafetes, un mal movimiento hizo que el suyo se atorara en el pestillo de la puerta del salón, marcándolo con una   franja en la garganta; de inmediato, al notar la herida, lo llevé al baño para apaciguar el ardor.

Tomé un poco de crema para manos que llevaba en el bolso y se la unté… Esa dulce lozanía muy lejos de parecerse a los cuellos de barbas crecidas que han pasado por mis dedos, me estremeció de un modo extraño, nuevo, mientras Eugenio cerraba lo ojos y sonreía incrédulo de mis cuidados.

Llegada la hora de las preguntas, cumplimos con las nuestras y fingimos poner atención a los demás compañeros porque, después de esa escala en el baño, inquietos, sospechábamos lo que podría ocurrir antes de que terminara la sesión. “¿Te gustaría ir a mi cuarto?”, me dijo jadeante al oído con una falsa madurez que me causó ternura, pero también morbo, y pasé mi mano por la bragueta de sus jeans en señal de mi respuesta.

En el ascensor casi lleno y uno frente al otro, intentó darme un beso, pero me separé desafiante, y rozándole los labios y tocando su bulto de nuevo, le sugerí que esperáramos hasta   la habitación.

Le pedí la tarjeta y abrí la puerta; me quité el saco, zafé los tacones y descalza fui a la ventana para correr las cortinas; volteé hacia mi veinteañero   y me preguntó que qué deseaba que él hiciera. Lo despojé de su playera, lo besé ardientemente y le di la espalda; me rodeé con sus brazos y dirigí sus manos para que me desnudara.

Uno, dos botones, una palma en mi seno y otra desabrochando mi pantalón, para luego yo meter sus dedos en mis bragas y empezar a cachondearme, mientras mis nalgas frotaban su miembro que se avivaba excitado.

Bajé mis prendas inferiores, él hizo lo mismo y volví a refregar mi trasero en su trozo que se escondía en   mis glúteos, sin dejar que su mano se alejara de mi centro escurriendo. Las piernas le temblaban y su glande supuraba, así que   saqué un condón de mi bolso tan preparado para cualquier emergencia; me hinqué, le di un lengüetazo en la puntita y levanté la mirada hacia su rostro suplicante de lo que yo le haría con la boca.

Me afiancé   de sus nalgas finas y tersas, y me comí la única parte regia y portentosa de su joven humanidad… Y pensé en todas las chicas que iba a hacer felices en su prometedor futuro como amante por el tamaño de su miembro.

Después del oral que a mí también me puso a tope, le enfundé el condón, me tumbé en la cama y abrí mis piernas mostrándole la jugosidad de mi interior.

Acercó sus labios y me chupó sediento sin dejar de preguntar; “así, así”, le respondía contoneando mi pubis en su boca incitando el orgasmo. Y cuando se aproximaba mi venida, le pedí  que  me penetrara; obediente y expulsando sexys resuellos, colocó mis piernas sobre sus hombros y se clavó en mi carne, mientras que yo explotaba y él se impactaba en mi núcleo incesante y jovial, para terminar y lanzar un rugido como si hubiera anotado la canasta decisiva en un juego de basquetbol. 

Solté una carcajada. Recostado en mi vientre, me confesó que nunca había fumado, “pero  de verte,  ya se me antojó”. Lo enseñé a fumar.

 

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