Ardiente por mis pies

Sexo 19/07/2017 05:00 Anahita Actualizada 05:05
 

Diego goza de una especial fijación y prefiere amantes que usen zapatos con tacones bien altos y afilados. Sin embargo, confiesa que esto sólo es el ornamento de su aún más elevada fascinación sexual: los pies femeninos. Así que gracias a él, mi pedicura siempre es parte esencial en mi cuidado personal con quien sea que yo tenga sexo.

Los colores de barniz para mis uñas son de lo más llamativos cuando quedo con él, como los rojos vivos y los marrones intensos; hasta me compré una linda argolla de plata que rodea el dedo medio de mi pie derecho, además de que una fina pulsera dorada adorna mi tobillo.

Preparada de arriba abajo y con un eficaz par de zapatillas de 12 centímetros, el sábado en la noche salí hacia mi objetivo para lanzarme en brazos de mi guapo fetichista, del que rebaso su altura por las agujas de mi calzado. Eso también le excita.

Entré en su casa y el salón principal olía a una mezcla de café y el tabaco de su puro, haciendo el ambiente tan viril, que en combinación con el aroma de las rosas rojas que embellecían la estancia, se tornó en un infalible afrodisíaco.

Llegué y me miró de la cabeza a los pies, deteniendo, obviamente, sus ojos en ellos; se inclinó, tomó el izquierdo, lo puso en su muslo y me besó el empeine, a la vez que el tacón se clavaba en la tela y yo reía sonrojada. “Ahora, ¿tú qué me vas a hacer con tus pies?”, me preguntó aun sabiendo la respuesta.

En su cama y desnuda, pero todavía con zapatos, me untó esencia de violetas en todo mi cuerpo; sus manos resbalando en mi piel erizada fueron las de un muy erótico masajista experto; sin embargo, cuando llegaron a mis pies, comenzaron a temblar como si hubiera alcanzado el mismísimo santo grial.

Su rostro se iluminó, su pene empezó a erguirse, y al zafar cada uno de mis tacones, fue descubriendo los detalles decorativos que afanosa coloqué como una ofrenda a su veneración. Sólo por eso, su falo completó su estado más firme igual a un pepino.

Fue cuando mis plantas embadurnadas de aceite apresaron su trozo y ahí la contestación a su pregunta inicial: mis pies comenzaron a subir y a bajar por su tronco venoso, haciéndole la chaqueta que más le encanta de entre todos los consentimientos, incluso el sexo oral.

Yo sujetándome de las mantas y admirando su placer mientras lo masturbaba, sentado sobre la cama, Diego arqueaba su torso deleitando el ritual, gimiendo, jadeando, y cuando parecía que el orgasmo iba a detonarse, detuvo mis pies y cachondo chupó cada uno de mis dedos.

Su boca repasaba las yemas, mis uñas carmín con todo y el anillo, y el tatuaje de mi tobillo derecho también fue merecedor de su antojo con mis pantorrillas en sus hombros… Y sus manos caminaron por mis piernas y llegaron a mis caderas para arrimarme hacia su centro e incrustarse súbitamente en mi coño caliente ya de tanto esperar.

Bombeó incesante, imparable; su lujuria exacerbada por la idolatría de estas partes de mi cuerpo que provocan sus delirios se delataba en la penetración llena de frenesí. Así, mi explosión se hizo presente, y como si ésta hubiera expulsado su fierro, Diego salió y rápidamente tomó mis pies para volver a chaquetearse con ellos.

El derrame sucedió al mismo tiempo que un rugido escapó de su boca y ahora el óleo era su semen, el cual utilizó amorosamente para amasar mis plantas, los dedos, mis empeines, observando extasiado mi humanidad contrayéndose aún, gracias al poder de su parafilia…

Decía María Félix que la belleza estaba en las plantas de los pies por el garbo que una mujer puede tener al caminar. Pero para Diego, ese esplendor va más allá del andar de una fémina.

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