Santuario de la lujuria

Sexo 15/03/2017 05:00 Anahita Actualizada 05:00
 

El recinto entero vibraba estruendoso por el vitoreo de los hombres que aclamaban lujuriosos los encantos de las bellas y calientes mujeres sobre los entarimados. El público inclemente aplaudía el contoneo de las deidades del porno y la sensualidad.

Esa tarde nublada de domingo fue testigo de los antojos de los varones visitantes a la Expo Sexo y Erotismo, que se llevó a cabo en el Palacio de los Deportes; sin duda, la espera de un año fue demasiado para quienes asisten en cada edición,  esos fans que aguardan ansiosos un nuevo evento lleno de voluptuosidad y fogosos talentos.

Yo, paseándome por los stands y vitrinas repletas de juguetes exóticos que les sueltan las riendas a los antojos más contenidos, contemplaba el ir y venir de la gente en grupos, en pareja o solitarios que en cada escenario se dejaban sorprender.

Animadores vigorosos incitaban a la audiencia a glorificar a las reinas de la pornografía nacionales y extranjeras,  cuyas formas estaban más que dispuestas a satisfacer a los más deseosos de esas curvas que han sido artífices de sus más sabrosas pajas en privado a través de la pantalla.

Los bailes exóticos hacían que brotaran las pasiones de quienes seguro no se rendirían en el intento por subir a los estrados y tocar y acariciar los senos y nalgas perfectamente delineados por el body paint elaborado magistralmente. Aunque, mientras se conformaban con tomar fotos y videos con sus celulares.

Ellas mismas eran obras de arte sugerentes y expuestas para el más conocedor. Ojos desbordados, manos sin cautela, las salivaciones de los hombres impacientes se dejaban ver y sentir en ese gran recinto.

Y hubo un estrado que llamó mi atención, en el que un chico sentado en una silla con una diminuta tanga azul se miraba un tanto aburrido; como si fuera el único varón entre todos que no necesitaba las motivaciones sexosas que pululaban en su entorno.

Ese reino era comandado por mujeres, era claro, así que en vista de la casi nula solicitud de las pocas asistentes femeninas, por el momento, decidió tomar un descanso y dirigirse al vestidor. Curiosa, lo seguí. Yo, ad hoc a la ocasión, iba enfundada con un vestido rojo bien ajustado y preparada para lo que fuera.

Lo topé, le pregunté que si por ahí estaban los baños y, como yo me lo esperaba, no me creyó en lo absoluto; “¿vienes con SexMex?”, me cuestionó, a lo que indudablemente halagada, le respondí que no y que si me veía con aptitudes para hacer un casting, completé burlona.

“Quítate las gafas (oscuras) para conocerte mejor”, le pedí, y galán me satisfizo dejándome ver unos preciosos ojos cafés. “Tengo sed, ¿me acompañas por un refresco?”, y encantada acompañé al guapo stripper afuera después de que se puso unos pantalones de cuero que moldeaban su trasero exquisitamente.

Fumamos, conversamos y comenzamos un flirteo discreto ajeno a lo que estaba sucediendo allá adentro. Y cuando menos me lo esperé, mientras me platicaba sobre su agitada profesión, ya estaba dibujando con su dedo garabatos encima de mi pierna. Mi humedad delató el gusto que sentí de haber conectado con ese encantador desconocido.

Tomé su mano y me levanté para que a su vez él me guiará hacia donde podríamos estar solos. Nos fuimos al estacionamiento y nos metimos en su camioneta. La cachondería de la concurrencia se escuchaba hasta allí y parecía que el clamor avivaba nuestros instintos y empezamos la faena.

Abatió los asientos de atrás y nos dimos vuelo con apoteósico revolcón, deslizándonos uno con el otro a través de mi vestido rojo de satín y su pantalón de piel suave.

Ambos fetiches enaltecieron las razones de por qué estábamos ahí; la parafernalia, la ovación lujuriosa, los cuerpos despampanantes en obscenos movimientos; la orgía de manos y ojos de quienes pagaron un boleto por satisfacer sus candores y deseos lividinosos…

Pero el vestuario nos estorbó y zafamos las prendas para el desenfreno total. Luego de un buen rato de faje descomunal, sacó un condón de la guantera, vio el reloj y se lo puso aprisa; me abrió las piernas, no sin antes pasarse las puntas de mis tacones sobre el torso perfectamente trabajado y lamió mi zapatilla de charol. El hecho le irguió aún más el miembro inconcebiblemente grande y grueso, y se ensartó en mi centro que desbordaba de zumo. Me bombeó inclemente, rápido, potente; mis piernas en compás se agitaban de un lado a otro hasta que nos despedazamos en orgasmos…

Tumbados uno al lado del otro, sustrajo de la bolsita del pantalón una tarjeta y me la dio, me le monté y lo besé jugosamente en agradecimiento a su “gentileza”.

Una verdadera exposición de lascivia y desinhibiciones se dio cita por cuarto año consecutivo en el coloso de la ciudad, y yo y mi delicioso stripper estuvimos ahí para celebrarlo, por qué no.

 

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