Cogimos hasta caer dormidas

Sexo 15/06/2016 05:00 Srita. Velázquez Actualizada 08:46
 

El dulce sabor del rechazo.  Sí, tal vez yo cometí errores por no perder el miedo al compromiso, por pensar mucho en si una relación con ella valía mi soltería o, sobre todo, mi tiempo. Justo pensaba eso esta semana cuando me llegó un mensaje que detuvo mis depresiones: “Quiero verte”.  

Sabía que no era buena idea, que yo terminaría sintiéndome más desdichada  cuando llegara la madrugada y mi presencia ya no fuera necesaria. 

Me esperó justo afuera del trabajo. Bajé las escaleras y ahí estaba.  Con una falda negra y   blusa semi transparente. Tenía un collar que yo le regalé. Me pareció un buen detalle. 

Fuimos a cenar  para compensar la evidente intoxicación que nos esperaba. Era ya de noche, de hecho estaba a punto de convertirse en madrugada y no sabíamos bien a dónde ir, sólo sabíamos que teníamos que tomar algo.

Me encanta perderme en la Roma porque siempre encuentro un lugar nuevo y termina  siendo toda una aventura. La última vez me dieron  las siete de la mañana y  amanecí con dos números nuevos en mi celular.

Después de cenar en un restaurantito que tenía a sus meseros ya cabeceando, caminamos rumbo a Álvaro Obregón.  Yo dejé que ella hablara y criticara todo lo que quisiera. Recordé que eso se le da muy fácil. En medio de la calle, a la una de la madrugada, comenzábamos a perder la esperanza: no había nada. Aunque era miércoles, al parecer,  los vicios también descansan.

Nos habíamos rendido y mejor caminamos hacia la nada. Justo en una esquina encontramos un bar. Era totalmente alternativo y carísimo, por cierto, pero como era la única opción, pedí dos shots de tequila y unas cervezas. 

Adentro, sólo había unas 15 o tal vez 20 personas. Todas evidentemente cansadas o tal vez con ganas de una cerveza de mitad de semana. 

Platicamos de estupideces, de algunos chismes y de temas sin importancia. Era como si ella y yo supiéramos cuál iba a ser el final y nos poníamos de acuerdo para hacer tiempo. Nada de coqueteos ni de promesas falsas de amor ridículo. Sólo hacer tiempo porque obviamente íbamos a terminar en la cama. 

Nos corrieron cerca de las 2:30 de la mañana, así que  ofrecí  llevarla a su casa… (como si fuera necesario, incluso preguntarle). Cuando llegamos (por fin) me di cuenta que ¡vivía lejísimos!, así que me preguntó con falsa inocencia: ¿Te quedas? Ni siquiera le respondí, sólo me bajé del auto.

Después de llegar a su recámara hice lo primero que se me ocurrió cuando estoy en casa ajena: quitarme la ropa. Ella, aún incrédula, me ofreció algo para dormir.  Yo sólo le dediqué una mirada burlona que decía: ¿En serio crees que me voy a dormir vestida?

Creo que lo entendió, porque sólo puso la ropa  en la silla y comenzó a desvestirse. 

El resto fue muy confuso: bocanadas de humo con un olor peculiar, risas y  una plática que sólo era interrumpida por besos torpes y caricias agresivas.  Ella definitivamente  era muy violenta… y eso me encantaba.

Le dije que se pusiera de espaldas, mientras yo le besaba desde la nuca hasta los muslos. Tengo una fijación con esa posición, supongo. En el clímax todo fue muy agresivo.  Hubo gemidos ahogados, tensión, rasguños,  y demás.  Cuando, en su frenesí, trataba de sujetarle la mano para que se calmara un poco, parecía que  eso la excitaba aún más. Era fantástico.

Cogimos  hasta caer dormidas. Y, obviamente, no dejó que me fuera. Nunca me ha gustado quedarme a dormir, soy de las que huyen. Sin embargo,  esta vez no me quedó de otra… cuando el pedí que me abriera la puerta para irme, me dedicó una rápida mirada y entre sueños sólo atinó a decirme: “Ya duérmete”. Y bueno, ahí estaba yo, con la mirada en el techo y encerrada.

Al día siguiente,  fue toda una odisea regresar a mi casa. Después de salir de aquel laberinto y soltar el primer suspiro al caer rendida en mi sillón no pude evitar pensar que no era tan malo el sexo violento.... o quedarse…. así que esta vez fui yo la que mandó un mensaje.

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