La noche despedía olor a sexo y cerveza

Sexo 13/07/2016 05:00 Srita. Velázquez Actualizada 05:05
 

Otra vez a bordo de un camión a las 12 del día. Un poco cruda y con la misma ropa que el día anterior. Con mirada cansada, pero con nuevas marcas bajo mi blusa. 

No tenía idea en dónde estaba y prefería no saber. Era mejor esperar a que el camión, Metrobús, Metro o lo que fuera me acercara a un lugar conocido.

Mientras me quitaba la chamarra por el calor de 23 grados comencé a recordar cómo había sido el viaje de ida... ¿Qué pasó por mi mente para terminar de nuevo en la cama con ella a las cuatro de la mañana, después de hora y media de viaje?

No sé explicarlo... finalmente ella es una "extraña". ¿Por qué entre comillas? Porque sí la conozco, porque sé lo que hace y sé dónde encontrarla cinco días a la semana; sin embargo, no sé quién es  realmente (ni me interesa). De ella sólo sé su nombre, su primer apellido, cómo luce desnuda y su extensión.

Pero una vez más, ahí estaba yo. Con el sol directo en mis ojeras y mi mente llena de memorias y espasmos. Esa no era la primera vez...  Creí que todo quedaría en el encuentro de la semana pasada.

 

Aquella noche de ebriedad y volutas de humo risueñas, pero algo en mí sabía que no podía terminar ahí. Que tenía que suceder de nuevo. Todo comenzó porque me la encontré en una fiesta de un amigo en común (para variar).

 

La saludé cortésmente y le pregunté si quería tomar algo. Después de un par de horas, la noche apestaba a sexo y cerveza de barril. Al salir aprovechó un momento en el que nos quedamos solas en las escaleras del bar para darse la vuelta y plantarme un beso.

Más que un cariño, fue una invitación... fue un "hoy". No tuve que decir nada, pero cuando el resto nos preguntó en dónde nos íbamos a quedar, intercambiamos miradas: "Conmigo..."; "con ella...".

El camino a su departamento fue un suplicio total. No sólo vivía en lo más lejano del Estado de México, por si fuera poco, su casa estaba en la punta de un cerro. Sólo podía pensar una cosa: Que valga la pena.

Esta vez todo fue muy lento y lleno de sorpresas. Ella parecía ser como yo... de las que no se quedan a dormir ni regalan un abrazo tierno cuando los gemidos se vuelven exhalaciones agitadas y terminan en suspiros. 

Cuando comenzó todo parecía que habíamos firmado un acuerdo mental: nada de abrazos.

Aún recuerdo cómo gritó cuando puse mi boca entre sus piernas. O cómo le besé los hombros cuando ella metió su mano entre las mías. Se sintió bien subirme en ella y besarle el cuello hasta retorcerme por mi propia excitación.

Para cuando desperté yo estaba recargada en su pecho y ella me abrazaba. Le regalé un beso en el cuello, justo en el punto donde horas antes la mordí despacio, mientras le rasguñaba levemente la cintura.

En un momento en el que platicábamos de cualquier estupidez pasó sus dedos sobre mi espalda.... De nuevo me rasguñó. Despacio, sólo para que se notaran las marcas rojas sobre la piel. Después besó cada una de las marcas. Lo mismo hizo con mi cintura y mi vientre.

Me excitó hasta el borde del orgasmo. Justo cuando los rasguños pasaron a la parte interna de los muslos, cambió los besos por su lengua. Ver mis espasmos la excitó también y de repente se tornó agresiva. Ahora ella estaba encima y se movía frenética, mientras veía sus manos perderse en mí.

Cerré mis ojos con fuerza y la besé con desesperación. Llegué al orgasmo justo cuando le mordía los labios.

De nuevo en el camión, el calor me derretía lentamente. 

Llegué a la conclusión de que fue ella la que conoció algo de mí: me gusta gritar. 

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