Le quita el estrés mientras acaricia su entrepierna

28/11/2015 11:27 Actualizada 11:27
 

Please, don’t! I beg you. Please don’t do it. I’ll tell you everything. Ahhhhh!!!! Ahhhhh!!!!!! Ahhhhh!!! 

Marimar Campirana se despierta de golpe con los gritos de terror que escucha en la recámara de al lado.

—¡¿Qué pasa?! Dios mío —pregunta cuando ve que su pareja, el científico Jeremías Taylor, ya está despierto y escucha los mismos gritos. 

—No te preocupes. Ya se le va a pasar —responde Jeremías tratando de tranquilizar a su mujer.

—¿Así es siempre? —pregunta Marimar muy intrigada.

—Pues sí, cada vez que sueña con todo lo que sufrió en la guerra. Le sucede muy seguido.

—¿No deberíamos ir a verlo?

—No hay nada qué hacer. Lo único que sucederá es que le dará mucha pena de habernos despertado.

—¿No crees que sería bueno internarlo en algún lugar?

—Ya lo hemos hecho. Ha estado internado en todos lados y no ha servido de nada —responde el científico abrumado por un sentimiento de tristeza y resignación.

—¿Y tú viviste con esto toda tu infancia? —pregunta Marimar a Jeremías tomándolo de un hombro.

El científico asiente con la cabeza desviando la mirada de su mujer para no encarar esa sensación de lástima que provoca en ella.

—Ahhhhh!!!!! Ahhhhh!!!!! Ahhhhh!!!!!!

Los gritos ahora son más fuertes, inundan toda la casa. Son las cuatro de la madrugada. Marimar se levanta de la cama para observar cómo en algunas de las casas de alrededor se encienden luces y los vecinos del condominio horizontal se asoman por las ventanas.

—¿Qué vamos a hacer con él? 

—pregunta Marimar sentándose al lado de su pareja.

—¿Qué quieres que haga? Es mi padre —responde Jeremías con la cabeza gacha observando cómo se asoma entre los pliegues de la bata de noche un seno de Marimar.

Cómo le gustaría acariciar ese seno otra vez como la noche anterior y escapar de su realidad actual.

—Ahhhhh!!!!! Ahhhhh!!!!! Ahhhhh!!!!!!

Jeremías escucha nuevamente los gritos de las pesadillas que reviven una y otra vez las torturas que sufrió su padre en Vietnam y se deja caer sobre la cama. Con la vista clavada en el techo, se le escurren las lágrimas, lágrimas que contienen no nada más los tormentos de su padre, sino también los desvelos de su madre, la angustia de su hermanita cuando eran niños; cuando a él le tocaba abrazarla en el rincón más oscuro de la casa y protegerla hasta que se pudiera volver a dormir, los intentos de suicidio, los días y las noches interminables de guardia en los hospitales, la desolación.

“Por qué”, se pregunta Jeremías. Por qué justo en estos momentos se le aparece su padre, justo cuando la vida comienza a sonreírle, cuando después de tantos años de una búsqueda interminable acaba de descubrir cómo sintetizar el suero de la Dosophilas angustinante, la mosca del sexo con el cual se hará millonario, justo cuando está viviendo la mejor etapa de su vida al lado de la mujer que ama y se le están revelando todos los placeres de la carne.

—No te preocupes. Algo haremos —lo consuela Marimar enjugando sus lágrimas—.

Vamos a encontrar una solución.

Jeremías la mira con unos ojos húmedos e impregnados de gratitud.

—Ahora entiendo por qué nunca me habías hablado de tus padres. Porque siempre que hablábamos de tu infancia desviabas la conversación.

—Ahhhhh!!!!! Ahhhhh!!!!! No, no, no!!!!!! Không, xin vui lòng không!!!!! 

Ahhhhh!!!!!! Ahhhh!!!!!!

Los dos escuchan con atención lo que sucede en la otra recámara y esos gritos calan todavía más profundo en el ánimo de Jeremías. Él sabe que cuando su padre se pone a gritar en vietnamita es porque después vendrá una crisis mucho mayor.

Marimar está impresionada, nunca había visto tan triste a Jeremías y mucho menos lo había visto llorar.

—No te preocupes. Con todo el dinero que haremos con el suero, será fácil encontrar la manera de curar a tu padre, ya verás.

Jeremías le sonríe y agradece con la mirada que su mujer trate de reconfortarlo.

Deja de escuchar los gritos de su padre porque Marimar, después de enjuagar sus lágrimas con su lengua, le besa los oídos, le muerde juguetonamente el lóbulo de una oreja y luego la otra.

—Tú lo que necesitas es relajarte un poco.

Marimar le susurra al oído a Jeremías con un tono muy sensual, al momento en que le desliza sus dedos para juguetear unos segundos con el vello de su pecho. Después baja la mano hasta la entrepierna y acaricia un miembro cada vez más erecto.

—Yo sé cómo hacer eso —concluye la científica mientras se mete debajo de las sábanas y se lleva la erección de su hombre a la boca. 

Se coloca en cuatro patas acercando su vagina a centímetros del rostro cada vez menos triste de Jeremías.

Marimar le susurra al oído a Jeremías con un tono muy sensual, al momento en que desliza sus dedos para juguetear unos segundos con el vello de su pecho

 

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