OBJETO DEL DESEO: “Tuvimos orgasmos a distancia”

30/12/2015 06:00 Anahita Actualizada 11:01
 

Esa madrugada, mi inquietud sabía a té de menta, pero cuando en la TV detuve el cambio de canales en una cinta porno, de esas que son aptas para el insomne público de medianoche, mi humedad adquirió un sabor a gin & tonic bien cargado.

Así que tenía dos opciones: mirar esos cuerpos como esculpidos y contoneándose al compás de la música de sintetizadores baratos para darme placer a mi antojo o tomar el teléfono y marcar el número para estas deliciosas emergencias.

—Hola, guapa —respondió cautivador y seguro del por qué de esa llamada.

—Ya sabes, pensando en ti —reafirmé el objetivo.

—¿Qué traes puesto? —fue al grano.

—La batita de manta que me regalaste en Tepoztlán.

—¿Por la que se transparentan tus pezoncitos erizados?

—Sí —contesté aniñada.

—¿La que te levanté en la terraza del hotel aunque nos vieran los que estaban en la alberca, mientras quitaba mi short y me acercaba escondiendo mi erección por debajo del faldón?

Fue el momento en el que mi lubricación exigió que zafara mi pantie para que mis dedos se deslizaran en la abertura resbaladiza que empezaba a dilatarse suplantando su miembro que, en esa tarde morelense de calor desparpajado, hizo lo propio; suave, pausado, dando golpecitos traviesos para volver a humectarlo sin querer introducirse, pues aún teníamos mucho tiempo, toda la noche. Y mientras los gritos de la rubia que era embestida incesantemente por un portento de piel oscura ambientaban el ceremonial, ‘T’ me recordaba lo bien que la pasamos ese fin de semana.

—¿Estás en la sala? Acuéstate en el sofá —ordenaba y yo obedecía. 

Ahora deja que me siente frente a tus piernas flexionadas y levanta el camisón; déjame ver cómo se abre tu coñito y no te toques todavía; déjame olerte, lamerte.

El poder de su voz no requería más vía que la telefónica, sin mensajes de texto que distraen la mirada y ocupan las manos, y sin cámaras ni pantallas que revelan todo y no sugestionan nada. ‘T’ no se andaba con tontos rodeos tecnológicos y siempre hacía magia con mi cuerpo de cerca y, en esta ocasión, de lejos mediante el altavoz. Yo cerraba los ojos y danzaba a su ritmo vocal. 

—Me estoy tocando —me decía— y acaricio mi pene con el jugo que permea mi glande porque estoy imaginando cómo mueves tus caderas invitando a que te penetre de una vez —continuaba en la narración.

—¿Cómo están tus pezones? —preguntaba con resuellos sin dominio, transformando su voz adulta en esos sonidos que expulsan los pubertos a quienes poco les importa que estén en la casa de sus padres.

—Duritos, como te gustan —respondí gimiendo y amasando mis senos por debajo de la tela, en sincronía con sus palabras.

Para darle más realismo a la sesión, diablilla me llevé el auricular y me apresuré hacia la recámara para abrir el cajón de los tesoros femeninos, donde un coqueto dildo rosa resplandecía entre condones, tanguitas y brasieres, mientras ‘T’ seguía jadeando y confesando que siempre le han excitado mis muslos tensos cuando me monto en su falo. Y como él lo describía, recreé la posición sobre la cama, me despojé de la batita tepozteca y encendí el consolador para ir clavándolo despacio, lo que hizo que me arqueara en un inconmensurable placer.

El zumbido rosa, mis ahogos y mis risas de gozo se filtraban en la bocina, transmitiéndole todo lo que su narrativa provocaba en mi anatomía y, entre sofocos, le di permiso a un silencio en el que escuché el repetitivo ruido muy parecido al que emite su miembro entrando y saliendo en mi carne, aunque esta vez era su mano la que hacía el papel de mi centro sexual ayudado por sus zumos y saliva, logrando esos vigorosos chasquidos previos al derrame.

Yo, con la alucinante melodía de gemidos viriles y energéticos movimientos tan claros como si los observara, me impacté subiendo y bajando en el juguete para venirme con ‘T’ e imaginar que se vaciaba en mis adentros. Y así fue; así nos dimos un poderoso orgasmo a distancia.

—Qué delicia —le dije tumbada en la cama que ya había desecho con mis piernas tensas y apasionadas.

—Qué delicia —repitió agotado y tragando saliva.

En la tele, vociferaba un infomercial. A través del teléfono, nos dimos las buenas noches y me hizo prometer que si volvía mi inquietud sabor a té caliente, la convertiríamos los dos en un clímax con gusto a ginebra.

Con la alucinante melodía de gemidos viriles, me impacté en el dildo para venirme con ‘T’e imaginar que se vaciaba en mis adentros

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