LA EDAD DE PLATA: Memorias de una nieta

30/06/2015 20:25 Actualizada 20:27
 

Cuando pienso en mi abuela, la veo acompañada de mi padre. Aunque ella no vive con nosotros, mi papá se mantiene pendiente de su bienestar, la visita por lo menos dos o tres veces por semana. Vela por sus necesidades, le llama para ver cómo se siente durante el día, le habla con cariño y le prodiga cuidados como si fuera su hija. Y él lo disfruta, auténticamente. En verdad lo hace de corazón. Podrá sentirse cansado o quejarse, pero siempre pone su mejor cara para atender a la abuela.

Mi padre se asegura de que Toñita, ése es su nombre, participe en las fiestas familiares y acomoda las cosas para que, a pesar de su poca movilidad, suba escalones o sortee algún obstáculo para llegar a la casa. Cuando ella podía moverse un poco más, juntos pasaban un rato agradable en el parque o el bosque, donde tomaban el sol mientras Toñita le relataba las innumerables historias que siempre tiene para contar. 

Cuando va con ella al supermercado, se asegura de que se sienta útil y le ayude a escoger algún producto o a cargar algo no muy pesado. Yo sé que la compañía es lo que ambos disfrutan. Cuando la deja en casa por la noche, la arropa como lo haría con una de sus hijas y le da un beso en la frente. Cuando ella está angustiada, le soba las manos y, con amor, la hace sentir segura, acompañada. Para cuidar de un anciano, se necesita sensibilidad, cercanía, disposición, paciencia. Mi padre me da a diario una lección sobre cómo actuar con los adultos mayores. Son estas las lecciones que aplicaré cuando él envejezca”. La orgullosa nieta, Sofía.

Como tratamos a nuestros padres es como podemos esperar que nuestros hijos nos traten en la vejez. Servimos de modelo para nuestros hijos. Si ellos ven que visitamos a los abuelos, los hacemos partícipes de las situaciones sociales y los acompañamos, aprenderán el buen trato a los adultos mayores. 

Si, por lo contrario, notan que maltratamos a nuestros viejos, los olvidamos o los despreciamos, no podemos esperar una actitud diferente de parte de nuestros hijos hacia nosotros en el futuro. 

Con facilidad olvidamos esta gran verdad: algún día envejeceremos y también nos encontraremos vulnerables y sin fuerza. “Como te ves, me vi. Como me ves, te verás”. Este dicho nos invita a tomar en cuenta que muy probablemente vamos a estar en condiciones similares de vejez. Y hace pensar en el ejemplo que damos a nuestros hijos a partir de cómo tratamos a nuestros padres, sus abuelos. Si esperas que tus hijos te den un buen trato, dales un buen modelo: trata bien a tus propios padres.

Víctor Jiménez 

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