Aplausos que dan luz

27/05/2014 18:36 Elizabeth Palacios Actualizada 18:36
 

 

 

Katya Vega es actriz del género stand-up que básicamente consiste en improvisar en el escenario situaciones cómicas. Durante su actuación, relata a la gente cómo de un momento a otro, cuando tenía 24 años, perdió la vista como consecuencia de una enfermedad. A pesar de ello, la broma consiste en que su peor tragedia no es esa, sino vivir en Satélite, lejos de todo.Cuando ella me cuenta esto no hay carcajadas, ni aplausos. En su rostro no hay sonrisa. Todo es cierto, para esta joven que hoy tiene 26 años; en los días en los que su enfermedad comenzaba, vivir en Satélite era la mayor desgracia porque al menos cuatro veces a la semana debía cruzar la ciudad entera para llegar hasta los hospitales donde diversos médicos especialistas trataban de descubrir qué era lo que le estaba robando, no sólo la vista, sino la vida misma.


En febrero de 2012 había cumplido 24 años y su vida era como la de cualquier estudiante universitaria. Quería ser la mejor de su generación al titularse como terapeuta física. Un mes después, comenzó a sentir un cansancio desmedido. Luego vinieron los desmayos, la pérdida del sentido del equilibrio y su vista comenzó a ser borrosa. Inició un via crucis de visitas médicas. Nadie tenía un diagnóstico, algunos se atrevieron a decirle a sus padres que ella sólo quería llamar la atención. Llegó al psiquiatra, le recetaron antidepresivos. Katya sabía que no estaba deprimida, pero quería sentirse bien, así que seguía las indicaciones de todos los médicos. Nada daba resultado.


Finalmente, supo que tenía un ataque inmune sistémico, en pocas palabras, su propio cuerpo la estaba matando. Como consecuencia de este padecimiento, tuvo úlceras en las córneas. Trataron de salvarla de perder la vista, operaron el ojo izquierdo, pero de nada sirvió.


Quedarse en penumbra, en aquellos días, era lo de menos para esta joven que pesaba apenas 32 kilogramos. Lo importante era salvar su vida y detener la autodestrucción. El dolor era insoportable. “Creo que ahora comprendo más el dolor, porque ya lo viví. La gente no miente cuando dice que le duele. Yo no mentía, el dolor era insoportable.”


Katya recuerda el momento preciso en el que decidió levantarse de su cama y dar la batalla a su nueva condición, a partir de tres cosas: personalidad retadora y altiva; cuando en su familia le avisaron que contratarían a alguien para que la cuidara; y tercero, la tenacidad y el atrevimiento de una de sus mejores amigas que se metió debajo de sus cobijas para obligarla a salir, quitarse la pijama y demostrarle al mundo que podía enfrentar cualquier prueba.


Un día, Katya estaba escuchando la radio y se enteró que habría un espectáculo teatral de improvisación y le pidió a su hermano menor que la acompañara. Al final del espectáculo, los actores invitaron a la gente que creyera que podría hacer reír al público, a inscribirse en su taller de comedia. Al día siguiente, ella escribió un correo electrónico donde explicaba su interés por el taller, pero hacía hincapié en que ella era invidente. La respuesta que tuvo la sorprendió.

“Me respondieron que no había problema. Les volví a decir que yo no veía. Volvieron a decir que estaba bien. No lo podía creer. Eso fue súper importante para mí”.

Hoy sus días se dividen entre su trabajo como terapeuta física y la comedia teatral. La enfermedad está controlada, aunque el riesgo sigue latente. La ceguera es irreversible, Katya lo sabe, pero tiene más fuerza. Por fuera parece frágil, pero es todo menos eso.

 

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