BANQUETERA: Flautas “La Pasadita”

26/06/2015 05:30 Paola Ascencio Actualizada 17:31
 
De sabores  extendidos, crujientes sazones y gustos fermentados, “La Pasadita” ha cautivado al Barrio Bravo desde hace poco más de 50 años, pues con taquitos dorados, quesadillas y un colorido tepache, esta antojería popular apacigua hasta al hambre más voraz.
 
Si hay algo que le da sabor al Barrio de Tepito es este local. Aquí el hambre brava se pierde y los terrenos se vuelven seguros. Pues nada importa más, que devorar completamente cada pedazo de sus tortillas colmadas de color y sabor, que esconden entre sus pliegues una  receta original de Arandas, Jalisco. 
 
Como lo dice su nombre, “La Pasadita” se encuentra por casualidad. Entre el cúmulo de gente que espera ansioso frente a su negocio verde —de aspecto setentero—, es irresistible detenerse a deleitar el manjar popular que resguardan sus cuatro cocineros.
 
Ahí, detrás de un cortito ventanal, las suaves tortillas rellenas con carne deshebrada, bailan, revolotean y se fríen entre su cóncavo comal de metal, dejando que sus singulares preparaciones pasen de un pálido amarillo a un tostado dorado y que libera una agradable sensación, cuando cruje entre los dientes de cada comensal.
 
Su sabor es tan extenso como las largas ‘colas’ de gente que se disponen a degustar sus afamados platillos callejeros, pero el sazón es tan único, como los ingredientes que las acompañan. 
 
Inundadas con una sedosa capa de crema casera que escurre junto a un grueso recubrimiento de salsa verde, elaborada con  una picosita combinación de chile cuaresmeño y chile de árbol, sus ricas flautas de carne con trocitos de jitomate fresco, toman un exclusivo sabor al servirse con pedacitos de col. 
 
Las quesadillas no se quedan atrás, pues con una corteza firme, crujiente y dorada, retumban entre cada mordida que rompe la tortilla frita, acompañada de una suave porción de papa machacada.
 
Pero los límites de su rico sabor no sólo se quedan en la originalidad de sus platillos, pues con un rico tepache preparado en gigantes barriles de madera —pintados de color verde y que combinan perfectamente con el local—, el dulce jugo de la piña, el toque tropical del tamarindo y el acidito néctar que se exprime de las naranjas, crean una bebida anaranjada singular que, después de 12 horas de fermentación, se sirve para encantar a cada comensal.
 

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