LA BANQUETERA: Carga las pilas con 'la bomba'

21/08/2015 04:30 Paola Ascencio Actualizada 13:39
 
Si hay algo que puede caracterizar a los defeños son los desayunos compuestos por atole y tortas de tamal, las ‘guajolotas’, pero las de chilaquiles ya trasgredieron las barreras gastronómicas de banqueta. 
 
La llaman la Esquina del Chilaquil. Y sí, los motivos para llamarle así son buenos. Pues justo en la esquina entre Alfonso Reyes y Tamaulipas, reposan las innovadoras ‘guajolotas’ que reemplazaron el tamal por el chilaquil.
 
 
Nadie podría creer que se trata de unas de las mejores tortas callejeras cuando se encuentran en una zona poco popular, pero cuando llegas a su pequeña mesa, armada con montañas de bolillos y porciones colosales de chilaquiles, sospechas que por algo son superiores.
 
A medida que recorres la fila para ponerte al final, el tiempo se alarga, pues la serpiente de personas parece interminable. Lo sorprendente es que se sigue formando gente detrás de ti y así hasta que se acaban.
 
Los charcos de saliva casi podrían verse en el suelo, de no ser porque los comensales guardan la compostura. Y es que un olor calientito a milanesa empanizada, se puede disfrutar en la medida en que das un pasito más para llegar al destino final.
 
Esa, la gloriosa meta, el objetivo deseado, la culminación esperada, la atiende Perla; conocida y reconocida como “La Güera”. Una jovencita de unos treinta y pocos años —porque nos prohibió decirlo—, que se encarga de la afamada ‘Esquina del Chilaquil’. 
 
El negocio tiene 64 años de existencia. Lo comenzó su bisabuela, portera del edificio de esa esquina, que lo inició vendiendo tortas de tamal y atole. El changarro pasó de generación en generación, hasta llegar a manos de la señora Cata, madre de “La Güera”.
 
Pero no fue hasta que “un domingo 7” las obligó a trabajar más y a buscar un platillo para innovar, que crearon la torta de chilaquil. Eso fue hace 17 años, mucho menos tiempo de lo que existe el negocio, pero ganando más gente que como empezó.
 
La excesiva cantidad de gente esperando para probar sus magnas creaciones es casi relativa al sabor de sus tortas. Decimos casi, porque si fuera relativo, la ‘cola’ rodearía casi toda la colonia. Y es que sus bolillitos suaves y crujientes, van tan bien acompañados de las raciones de chilaquiles, que no hay quien duda en pedir hasta 40 para llevar. 
 
Las de todo tipo y para complacer a todos. Puedes pedir la tradicional, que tiene una cama de frijoles refritos negros, una gruesa capa de picositos chilaquiles verdes o rojos —a tu elección—, una milanesa entera, de pollo jugosito y bien empanizado, crema fresca y una recubierta con quesito desmoronado. La vegetariana, que lleva lo mismo pero sin pollo, o la campechana, una combinación de chilaquiles rojos y verdes, acompañados de su saladita milanesa y envueltos por las tapas de pan, también con frijoles, queso y crema. 
 
Pero si quieres deleitarte con una invención que no tiene comparación, pide ‘la bomba’. Una versión perfeccionada de la misma ‘guajolota’ renovada. Con casi quince centímetros de altura y un peso de 350 gramos, su interior está repleto de chilaquiles verdes, rojos, frijolitos calientitos, crema, queso y su milanesa, y una extravagante porción de jugosa cochinita pibil. Tan gigante, que no querrás comer más durante el día. 
 
 

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