LA BANQUETERA: Da 'el grito' con pozole verde

11/09/2015 05:00 Actualizada 05:00

 

Servido en platos de barro o de plástico, hecho por el cocinero del restaurante más costoso o por las arrugadas manos de la abuela, todo mexicano ha comido por lo menos una vez nuestro caldo más patrio, el más reconocido y conocido como pozole.

A veces se acompaña con rábanos, lechuga y garbanzo. Unos lo prefieren de color rojo, otros blanco. Pero aquí, es el pozole verde de toques guerrerenses y condimentados ingredientes, lo que se vuelve un manjar hecho realidad.

La historia de su inicio nada tiene que ver con el caldo. Era cerca del año 1940 cuando Rafael Loza, proveniente de Toluca, se instaló en el mercado de La Lagunilla para vender carnitas. En ese entonces, los puestos eran de madera y había que sacar y meter el changarro cada día. La labor era complicada, pues Rafael cargaba todas las mañanas con un cazo de cobre de tamaño suficiente, para trabajar durante el día y parte de la noche.

‘El Toluco’ era su nombre. Puesto conocido popularmente en el mercado, por la original preparación de la ‘achicalada’, porciones de maciza sobrantes, recalentadas y doradas, que adquieren un sabor amargo y adictivo a cualquier paladar.

Treinta años después, el negocio le retribuyó su esfuerzo con una casita cerca de Eje Central. En ese lugar, Rafael y su esposa María Teresa modificaron su morada para abrirle un espacio a lo que hoy es un restaurante mexicano de tintes tradicionales. Las carnitas de color rosa se resguardaron detrás de una vitrina. Las chalupas bañadas en chipotle y las patitas de cerdo cubiertas en vinagre, también aparecieron en su local. La achicalada siguió conquistando con su peculiar sabor.

Pero la sangre guerrerense de María demandó tener un lugar en la cocina. Fue ahí cuando los jueves de pozole —con receta de Altamirano— se inauguraron en el lugar. Su nombre cambió a ‘Los Tolucos’ y se transformó en un negocio familiar.

Su pozole tuvo un auge más allá de la achicalada. El caldo de tonalidades verdes ocupó cada día el menú principal y ‘Los Tolucos’ se convirtió en uno de los restaurantes pozoleros más requeridos de la ciudad. No sólo lo digo yo, lo dicen las decenas de personas que se postran frente al lugar a esperar una mesa.

Dicen que en la época en la que llegaron los españoles, el pozole se servía para ofrendar a los dioses. Pues aquí en ‘Los Tolucos’, puedes sentirte casi como una deidad. La atención es siempre cordial y entonces cuando llegas y pides la aclamada especialidad, los cocineros comienzan a ofrendarte.

El primer regalo traído a la mesa es un plato de barro que contiene una montaña de chicharrón preparado por ellos. Las salsas vienen después. Roja o verde, ambas se pavonean entre semillas de chile y perfuman el lugar con un aroma picante. Lo mismo sucede con el orégano; las tostadas doradas con manteca te preparan para recibir el aclamado banquete: el caldo de los dioses, el pozole verde de ‘Los Tolucos’.

Servido en una cazuela de barro, su caldo podría pasar como un mole. Y es que su base está elaborada con pepita de calabaza que es molida hasta crear una pasta, luego añaden el caldo preparado con carne de cerdo. La combinación resulta un festín de sabor, pues en cada cucharada puedes deleitarte.

Además después de tu manjar, siempre puedes disfrutar de un típico y tradicional mezcal, traído directamente desde Guerrero.

“Tiene diez años que vengo. El servicio es muy bueno y el pozole muy sabroso porque hay muchos tipos, pero este de Guerrero es el más sabroso. La carne no es grasosa y puedes disfrutar cada ingrediente”

Horacio Espino,

Comensal.

“Los conocí por mi primo, es muy, muy rico el pozole, por todos los sabores. La carne es fresca y no tiene grasa. Es un lugar muy

limpio, sobre todo”

Lucero Sprigman,

Comensal.

Visítalos de lunes a domingo de 10:00 am a 9:00 pm, en la calle Juan Hernández y

 

Dávalos #40, esquina Bolívar, en la colonia Algarín, delegación Cuauhtémoc.

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