CONDOMINIO HORIZONTAL: “Del más allá”

10/10/2015 11:10 Actualizada 11:10
 

Alan de la Cruz, el viejo relojero, no tenía tiempo que perder. No podía quedarse en la casa de la vidente Sabina a intercambiar impresiones sobre la aparición de los espíritus. No estaba como para consolar y apapachar a las personas que venían de reunirse con sus seres queridos, fallecidos hacía ya bastantes años, mucho menos para contener las reacciones desquiciadas de la gente que había enloquecido con esos reencuentros. 

Sabía que debía apresurarse porque era en su propia casa donde estaban ocurriendo las cosas que causaban la aparición de esos espíritus. Dana y Omar, los muchachos que solían escabullirse en las casas de todos los vecinos para follar en su interior y que habían estado espiándolo y deambulando por su casa desde hacía varios meses, al parecer por fin se habían atrevido a allanar su morada y seguramente estaban follando sobre su cama porque de otra manera no habría sido posible accionar los mecanismos para materializar la aparición por doquier de todos esos espíritus. 

La sesión con la vidente había dejado a todos con los pelos de punta porque hubo un derroche de emociones, donde la pasión de cada uno de los asistentes se había desbordado después de estar contenida durante tantos años.

—¡Me voy contigo! —gritaba Verónica García, la chica que había ido a la sesión espiritista porque quería hablar con su novio fallecido mientras ellos dos follaban—. ¡Te extraño mucho! Nadie ha sabido follarme cómo tú lo hacías— le decía al espíritu al tiempo que tomaba un cuchillo para cortarse las venas.

Sabina tuvo que brincar y encaramarse sobre la mesa para evitar que la mujer se suicidara ahí en su sala.

Mientras esto sucedía, no pudo hacer nada con la viejita que había corrido emocionada en busca de un pico y una pala porque el espíritu de su madrina le había confesado que había enterrado la joya precisamente debajo del piso de la cocina de esa casa.

—¡Esto es una farsa, es un teatro montado para quitarme el dinero! —gritaba fúrico Antulio— ¡Todos ustedes son actores! ¡No les creo nada! —se le llenaba la boca de espuma como si fuera un perro rabioso y no dejaba de maldecir.

La aparición del espíritu de su madre reclamándole que la hubiera electrocutado mientras ella se bañaba en la tina, había desquiciado por completo a Antulio.

Cuando ya nadie le ponía atención a su vandalismo, se escurrió por la puerta y se alejó cabizbajo. A la mitad del camino se quebró en llanto.

—Perdóname, mamita —musitaba sollozando—. Perdóname. 

El relojero casi se tropieza con él cuando corría por la calle, pero no le prestó mucha atención. En su casa estaban sucediendo cosas realmente importantes.

Alan de la Cruz abrió la puerta carrereado y subió las escaleras a trompicones sin preocuparse de no hacer ruido o de quebrarse alguna pierna. 

Dana y Omar, en esta ocasión, no se vistieron apresurados ni saltaron por la ventana ni se fugaron corriendo por las azoteas; es más, ni cuenta se dieron cuando ruidosamente llegó a su lado el relojero todavía jadeante. Estaban impresionados con la presencia del espíritu de Isaura Berenjenales que apenas unos minutos antes se les acababa de aparecer.

Ellos estaban follando en una posición acrobática que sus propios cuerpos habían ido descubriendo después de algunas horas de hacerse el amor. De pronto sintieron debajo de sí una trepidación y luego un calor intenso que les cubrió la piel.

—¿Sentiste eso? —preguntó Dana extrañada.

—Sí —contestó Omar apenas despegando su boca de los labios vaginales de su novia.

—¿Conocen ustedes a Alan de la Cruz? —preguntó a quema ropa el espíritu de Isaura Berenjenales.

Dana y Omar pegaron un brinco para atrás y se abrazaron con miedo cuando vieron al espíritu que los tomó por sorpresa.

—No tengan miedo no quiero hacerles daño —dijo el espíritu de Isaura sin cubrir la desnudez de su hermoso cuerpo.

Los muchachos no podían articular palabra.

—La gente lo conoce como “El relojero”. Es un hombre muy guapo —dijo Isaura sonriendo—. Ésta es su habitación.

Justo en ese momento fue cuando Alan de la Cruz llegó corriendo a su cuarto. No dijo nada, se acercó a Isaura con los brazos abiertos y llorando de emoción.

Se fundieron en un beso eterno. Parecía que todo seguía igual; que el relojero no era ya un viejo; que la pasión entre los dos no se había apagado ni con la propia muerte porque apenas cayeron sobre la cama se pusieron a follar como salvajes. Dana y Omar estaban impresionados con la erección del viejo y con los gritos de placer que provenían del más allá.

La aparición del espíritu de su madre reclamándole que la hubiera electrocutado mientras ella se bañaba en la tina, había desquiciado por completo a Antulio

Ellos estaban follando en una posición acrobática que sus propios cuerpos habían ido descubriendo después de algunas horas de hacerse el amor. De pronto sintieron debajo de sí una trepidación y luego un calor intenso que les cubrió la piel.

 

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