Todavía tiene el brillo de la inocencia en la mirada, característica de su edad, pero en su mente lo que brilla es su inteligencia y liderazgo. Cumplió 19 años hace un mes y por ello, en su corazón todavía sigue celebrando su mayoría de edad, aún se siente de 18.
Pero este joven ya ha pasado a la historia como uno de los personajes célebres de su pueblo, donde esta semana habrá una calle con su nombre. Cristóbal Miguel García Jaimes nació en San Miguel Totolapan, una comunidad de Guerrero que no sólo figura en las estadísticas de la pobreza y la marginación, lamentablemente, también en las de la violencia que ha manchado de sangre al estado.
Así, esa población que en 2014 protagonizó los encabezados de los diarios porque entre junio y septiembre fueron asesinados un líder priísta, una ex regidora y hasta el cura del pueblo; ese lugar que en noviembre anunció que se defendería de quienes los están matando y que se armó para combatir por cuenta propia al narcotráfico, es el que vio nacer a Cristóbal, un joven científico que cuenta con más de 80 reconocimientos académicos; el más importante y reciente es el Premio Nacional de la Juventud 2014.
Cristóbal tenía 18 años cuando recibió esta distinción y para entonces, ya había sido víctima de la discriminación incluso desde su tierra natal donde creció abandonado por su padre, al lado de su madre enferma. Él sabe que el camino más fácil habría sido quedarse en su pueblo, trabajar en el campo y cuidar a su madre sin posibilidades de mejorar la situación de marginación que parecía predestinada. Pero él no quiso aceptarlo y prefirió salir para construir su propia vida, retando a las adversidades.
Así, a los 15 años llegó a vivir a Iztapalapa, tras haber obtenido 126 aciertos en su examen de admisión al bachillerato. Ese alto puntaje le dio acceso a la preparatoria más solicitada de la UNAM, la 6.
Cada día, Cristóbal tenía que recorrer un camino de dos horas para llegar a la escuela, donde además era discriminado por su origen indígena cuitlateca, que nunca ha ocultado y del que habla con orgullo.
Así, recuerda aquellos primeros meses como una verdadera prueba, pues llegó a sentir ganas de regresar a su pueblo y darse por vencido. La soledad y la discriminación querían ganarle la batalla, pero él no se dejó.
De aquel chico tímido que era acosado por el color de su piel y su origen humilde poco queda. Frente a mí, sentado en el borde de la Fuente del Prometeo, uno de los símbolos de la Facultad de Ciencias, se encuentra un chico seguro, sonriente y popular. Y ¿cómo no serlo? si en el último año no sólo recibió la máxima distinción pública que otorga el gobierno a menores de 29 años, también creó la primera y más exitosa asociación civil hecha por estudiantes para la divulgación de la ciencia.
ARDUO TRABAJO. Ciencia sin Fronteras, A. C. nació hace cuatro meses. Cristóbal estaba firmando el acta constitutiva el 26 de septiembre de 2014. Sí, justo el mismo día que desaparecieron 43 estudiantes de Ayotzinapa.
Como buen científico no cree en casualidades. Estudia el primer año de la carrera de física y por ello, lo suyo es la causa y el efecto. Por eso trabaja duro, no se conforma con los reconocimientos. No sólo estudia y hace divulgación de la ciencia, también realiza estudios sobre el uso médico del zacate, que tiene potencial para curar quemaduras en la piel. Esto lo hace pues quiere impulsar que su pueblo natal tenga una industria propia que genere mejores empleos y con ello, combatir la violencia desde la ciencia y no desde las armas.
Está convencido de que por cada joven que estudia, el país duplica su ganancia a futuro. Porque no sólo tendrá un profesionista más, sino que habrá un elemento menos para la delincuencia y uno más que con su conocimiento aporte al desarrollo social de México.
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“Así como en el judo, decidí utilizar la fuerza del enemigo para hacerme más fuerte. Si hoy he llegado hasta aquí fue porque en el camino encontré piedras, pero no las usé para tropezarme, sino para levantarlas y construir mi camino”.
Cristóbal García Jaimes,
Estudiante de Física.