Jueves de Tianguis en la Portales

06/08/2015 04:30 Mónica Ocampo Actualizada 12:58
 
De no ser por una epidemia de viruela que sufrieron sus padres y sus siete hermanas, Patricia Hernández, no habría descubierto la perfección del tiempo. Esa mujer paciente, de pulso preciso y vista despierta, lleva más de cuatro décadas como relojera, un oficio al que llegó por la necesidad económica que su familia vivió cuando apenas tenía 13 años.
 
Ese día, en su casa, una vecindad ubicada en Iztapalapa, su padre la mantuvo despierta hasta las tres de la madrugada para enseñarle lo más indispensable para ajustar un reloj, “tú, puedes mija”, le repetía constantemente a esa niña que desconocía hasta cómo poner un perno o cambiar una pila. 
 
Llegó al tianguis de la calle de Nevado y Rumania, en la colonia Portales. Llego con las manos temerosas y sudorosas. Como pudo instaló el puesto y sacó su herramienta. Desarmadores, navajas, pinzas, llaves, en fin, todo aquello que le sirviera para ajustar el ritmo del tic-tac.
 
Patricia salió triunfante de la misión, entonces, decidió que quería ser relojera el resto de su vida; sin embargo, la cosa no fue tan fácil, pues hasta el ajuste del tiempo en aquella época era realizado únicamente por hombres.
 
“¡Es vieja. Aquí ninguna mujer entra!”, así la recibieron sus compañeros cuando ingresó al Centro del Reloj México, ubicado en Palma 33, no obstante,  su pasión por la mecánica fue mucho más grande, así que su mejor maestro fue su propio padre.
 
Con los años, la experiencia le ha hecho detectar que da igual una marca sencilla a una cara, pues la maquinaria de un reloj es exactamente la misma. 
 
Rolex, Mido, Citizen, Cartier, etc., “lo único que lo hace diferente es el lugar donde lo venden, en pocas palabras, pagas el lujo”, asegura.
 
De las misiones más complicadas que se realizan a la hora de arreglar un reloj es el cambio de circuito, mientras que lo más fácil es montar la báscula o la espiga. Sin importar cuál sea el procedimiento, las tarifas que Paty maneja no superan los 200 pesos. 
 
Para afilar el cuchillo. Aunque el tianguis de la calle de Nevado y Rumania, en la colonia Portales, está conformado por poco más de 50 puestos, entre sus pasillos se escucha el bullicio de la gente que desea comprar desde ingredientes para la comida hasta quien les afile sus cuchillos y tijeras. 
 
Entre la música de salsa, cumbia y reggaetón que sale de los puestos de discos, a lo lejos se escucha un ruido agudo constante. Se trata de don Adán Felipe Cayetano, quien desde hace dos décadas es afilador.
 
Con una piedra de esmeril montada sobre un sistema de engranajes, comienza a trabajar: sostiene el cuchillo con ambas manos para pasarlo por la piedra de atrás hacia adelante, siempre cuidando no meter los dedos de más. Afila toda clase de cuchillos, tijeras y cualquier objeto cortante. 
 
El afilador, el de antes o el de ahora, es un oficio que poco ha cambiado con el tiempo, y aunque muchas actividades están en desuso como la del colchonero o el hojalatero, el de afilador sigue siendo  necesario, pues siempre que exista una cocina existirá una fila de cuchillos esperando ser arreglados.
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