Se cumplió un año de la llegada de López Obrador a la Presidencia de México sin nada que festejar. Un año de estancamiento en el pasado sin visión de futuro y mucho menos de Estado.

Ayer, el gobierno recurrió al acarreo desde los estados más pobres del país, como Veracruz, para llenar el Zócalo.

El PRI del pasado se mantuvo en el poder gracias a las estructuras clienterales y al autoritarismo. Y desde esa óptica, ahí radica el principal logro del morenismo; el destierro de la tecnocracia y del peñismo para dar paso a las viejas estructuras del PRI, aquellas que estuvieron en la cima del poder con Luis Echeverría; con López Portillo, mezclado con lo peor y más corrupto del PRD.

El discurso presidencial pronunciado ayer en el Zócalo nos recuerda al PRI de los años setenta. Cuando ‘Jolopo’ se asumía como “responsable del timón, mas no de la tormenta”. Cuando LEA decía ante el pleno de la ONU que: “la relación con Estados Unidos ni nos beneficia ni nos perjudica, sino todo lo contrario”. López está a poco tiempo de llamar al pueblo de México a administrar la abundancia, a proclamarse el perro defensor del peso mexicano. A consultar con el cielo, el mar y las estrellas de Acapulco, la nacionalización de la banca. 

La oposición permaneció en absoluto mutismo hasta el ‘Culiacanazo’.

Y cuando las víctimas de la inseguridad decidieron alzar la voz, el Presidente se enfundó en su disfraz de candidato, para acallar a la disidencia. Decidió lanzarse contra la familia LeBarón y declararlos, vía su ala dura, “enemigos de la Patria”, seguir con la fantasía épica transformadora. ¿Quo vadis, México?