Mi sexo olor a rosas

objeto del deseo relato sexual

(Foto: Archivo, El Gráfico)

Sexo 01/03/2019 05:18 Anahita Actualizada 09:21
 

Después de la ducha, vacié un poco de agua de rosas en el cuenco de la palma de mi mano y la esparcí por mis muslos; luego en mi abdomen. La piel la absorbió de inmediato, aunque una gota cayó en mi follaje central.

La perla permaneció incierta, como si no supiera que hacer. Y así la contemplé sin molestarla, pero cobarde fue descendiendo hasta perderse en la vellosidad.

Imaginé su extravío. Imaginé que se abría paso entre la maleza con sigilo, con mesura. Y así fantaseé la fusión con la humedad compañera que, por su unión, se acrecentó mientras mis pensamientos se convirtieron en excitación. Un dedo suavizó la espesura y, poco a poco, se introdujo acariciando la carne. Me apoyé en el tocador frente al espejo y miré que mi cuerpo desnudo se arqueó en extasiada respuesta.

Mi pelo mojado surcaba mi espalda y el agua viajó hasta el canal de mis nalgas. Ante tal sensación, interrumpí el tocamiento nuclear y vertí más agua fragante en mi palma.

Mi índice volvió a la exploración y ahora las rosas líquidas bañaron mis valles traseros. En sincronía, mis manos subían y bajaban de frente y detrás. Con los ojos entrecerrados, admiré mi humanidad. Perdí la noción del reloj y olvidé que en unos minutos, mi puerta se abriría, mientras abría mis piernas para llegar más lejos.

Se escuchó el cerrojo. Danilo había llegado. Y sin dejar de tocarme, el viril visitante observó fascinado el ritual que yo había inventado esa tarde.

Se aproximó a mi cuerpo, miró el frasco abierto e hizo lo propio para ser parte de esa escenificación. Acercó la botella y dejó que el chorro cayera desde mi nuca y así recorrió mi columna.

Sus manos extendieron el líquido por mis omóplatos, después por mi pecho; mis senos se irguieron y su sexo cubierto de mezclilla comenzó a rozar mi coxis de un lado a otro. Mi dedo ya estaba bien adentro.

Se quitó la playera, desabrochó el cinturón y sin separarse de mi cuerpo se despojó de todo lo demás. La desnudez estremeció mi anatomía y hurgué aún más en mi carne, mientras su falo se untaba en mi derriere.

La humedad de flores rojas empapó también su pene, que con mi danza se ponía más caliente. Su otra mano amasaba mi delantera y su trozo se movía como buscando dónde guarecerse.

Danilo jadeaba en mi cuello. Yo lo hacía frente al espejo. Hasta que, empecinado, por fin encontró mi entrada cálida y burbujeante. Me apoyé en el lavabo y me entregué por completo.

Y así empezó el bombeo contundente. Se afianzó de mi vientre y escondió su rostro en mi cabello mojado, gimiendo descontrolado. Mi garganta se desgarraba con su nombre.

Como pude, vertí más agua de rosas sobre mi tórax y masajeé la piel que se erizaba con su respiración. Su lascivia se afiló ante la maniobra y un mordisco en mi hombro fue la réplica que inevitable ejecutó a la vez que las penetraciones elevaron su fuerza.

“Eres un sueño”, me decía sin detenerse. La sensual dentellada fue el colmo de la lujuria y mi orgasmo estalló contra mi dedo explorador. De inmediato, su leche rebosó mis adentros derramándose en mi entrepierna. El baño olía a rosas como nuestros sexos…

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