La esposa caliente

Sexo 09/11/2018 05:18 Anahita Actualizada 19:34
 

Adrián prepara todo para la gran ocasión. Vino, botanas y una considerable cantidad de condones. Porque lo más importante es que Susy, su esposa, se sienta como una reina.

Y eso depende de Adrián, que de sólo imaginar el evento, esta tarde se encuentra más cachondo que los demás días de la semana.

Tan sólo verla enfundada en esas medias caladas y un negligé que se ciñe bien a las curvas que desbordan de turgencia, el esmerado marido muere de ganas por poseerla.

Sin embargo, debe aguantárselas porque las reglas son las reglas. Y eso le excita más. Tanto que su miembro parece reventar la jaula en la que vive preso gran parte del día a día.

Susy se acomoda los senos dentro de las copas satinadas, se coloca el antifaz y alborota la melena fragante de orquídeas, en las que ella confía, “porque son afrodisíacas”.

Llaman a la puerta. Adrián enciende la música y sirve tres copas de tinto; ella abre y ahí está el portentoso negro acicalándose los testículos. “Bienvenido, cariño”, saluda Susy y lo besa saboreando los gruesos belfos.

Un brindis amistoso es el preámbulo para la enorme tardeada, y Susy y el portentoso invitado ya hicieron contacto visual.

Adrián bebe y observa, y ultima la copa para tomar el celular en donde va a documentar el lujurioso encuentro. “¿Verdad que está deliciosa mi mujer?”. El tercero en concordia acaricia los muslos de Susy y responde que sí.

Y, poco a poco, sube por la entrepierna femenina y comienza a consentir su núcleo. Ágil, mete un dedo entre la tanga y provoca el primer jadeo de la tarde, que igualmente delicada se funde con la noche.

Mientras se contonea en la silla por la incitación dactilar, Susy desabrocha el pantalón del moreno y saca el pene lustroso al que quiere devorar. Ella se hinca y le da un par de lamidas, para luego recibir el condón que Adrián tiene listo.

Magistralmente, se lo pone con la boca dando tremenda succión y hace a un lado la braga para incrustarse certera. El negro resuella y la toma de las nalgas para empezar la embestida. El cornudo acciona la cámara.

Cómo desea masturbarse. Pero las reglas son las reglas. El único fin de la jaula cromada es apresar ese trozo del que sólo la caliente esposa tiene injerencia. Ella ordena cuándo debe liberarse. Nadie más.

El candente invitado se levanta de la silla y se lleva a la anfitriona sin parar de besarla y aún dentro de ella. La tumba en la cama y la penetra al ritmo de los gemidos y súplicas para que lo haga más fuerte. 

Adrián sigue grabando y alienta al corneador a que disfrute de su amada; que clave con ganas su coño que pide más y más. Excitado ante el vitoreo, el visitante la pone en cuatro y arremete vigoroso contra su trasero.

Susy observa a su marido mientras goza, y su lascivia se enaltece por los ojos incendiarios de su adorado voyerista. La llave de la jaula oscila desde su cuello en cada empellón.

Y así pasan las horas entre coaliciones inclementes y recesos para tomar un traguito de vino o agua y remplazar los condones, que gentilmente les suministra Adrián.

Al final de la fiesta sexual, la cual celebran una o dos veces por semana, los dos se meten a la cama y conversan sobre la experiencia: “Me gustó como para invitarlo otra vez”, sugiere Adrián  satisfecho como su caliente esposa.

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