Guadalupe González, una historia de oro

María, medallista de oro en Panamericanos, confiesa que le gusta escuchar música, cantar y ver películas en su cuarto; mientras que las fiestas no le agradan

Guadalupe González (Foto: El Gráfico)

Deportes 24/07/2015 15:36 Actualizada 15:36
 

Durante la prueba de los 20 kilómetros de caminata en los Juegos Panamericanos de Toronto se pudo observar a una Guadalupe González decidida, fuerte y sobre todo muy sonriente a pesar del desgaste y del cansancio.

El himno nacional, las fotos, el recibimiento en el aeropuerto lleno de porras harían pensar que a Lupita le encantan los reflectores. Pero no.

“Me gusta escuchar todo tipo de música, según yo canto pero lo hago para mí”, cuenta.

De pronto recobra su seriedad y asegura que no le gusta salir mucho ni con amigos ni al cine: “Te puedo decir que disfruto mucho una buena película, siempre y cuando la vea en mi cuarto, porque casi no me gustan las fiestas, soy como muy introvertida así estoy más tranquila”.

Sus ojos se iluminan cuando menciona lo que más le gusta: “Debo confesar que lo que me gusta mucho es dormir, descansar. Un día me puse a repasar lo que hice y me di cuenta que me la pasé más descansando que en actividades”.

 Lupita señala que aunque no puede ir muchos días a la iglesia sí es muy devota a Dios.

“Soy católica y aunque no voy muy seguido a misa debido a los entrenamientos, sí soy creyente. En Tlalnepantla veneramos mucho al señor de las Misericordias y pues sí lo soy”.

Al preguntarle que si este santo ya le hizo algún milagro, afirma: “Creo que el haber llegado a la meta en los Panamericanos fue un milagro de él y se lo agradezco, porque al final de la carrera se me acabó la gasolina y llegué a la meta en piloto automático”.

ESTUDIOSA. En lo referente a la escuela, comenta con orgullo que “espero titularme antes de que termine el año. Sólo me falta mi tesis”.

Para González la medalla de oro en los 20 kilómetros de caminata, en Panamericanos, no sólo fue el obtener un logro deportivo, sino un contundente triunfo sobre la adversidad.

La marchista confiesa que las pruebas de atletismo nunca fueron su prioridad, pues ella estaba enfocada en obtener su título en la carrera de Informática, en el Tecnológico de Tlalnepantla.

“La verdad nunca me nació una cosquillita por la caminata, mi llegada a esta disciplina fue circunstancial. A mí desde niña me gustaba correr y mi sueño era llegar a uno Juegos Olímpicos mediante los 400 metros planos, como lo hacía Ana Guevara, pero me lesioné. Así que esa actividad la realizaba después de que terminaba mis horas de clase y no formalmente, pues la prioridad era titularme en Informática”.

Sin embargo, al realizar competencias de velocidad se lastimó su rodilla derecha y su vida dio un giro de 180 grados. Tras varios chequeos los doctores le dijeron que jamás volvería a realizar ejercicios.

“En ese entonces hacía mis prácticas profesionales en mi escuela y como casi me quedaba a trabajar allí entonces me dije que si no se me dio lo del deporte, pues ni modo. Hasta que un día un doctor me recomendó que  tratara de fortalecer el músculo con la caminata, así que lo hice en la escuela y mi entrenador, José Luis Peralta, me vio condiciones y me pedía que me dedicara a eso, pero yo le decía: ‘discúlpeme, pero la marcha no me gusta’”, recuerda con agrado.

Una sonrisa tímida aparece en su rostro al recordar que sólo decidió ir con el profesor Juan Hernández, su actual entrenador, “para que el profe Peralta no estuviera insistiendo”.

Comentó que con Hernández llegó sólo por compromiso, pero allí sucedió el milagro, ya que la lesión a la que muchos doctores no le veían cura, el entrenador la sanó en ocho meses de tratamiento físico.

 

“El profe supo manejar mi lesión y él me sacó de ella. Fueron ocho meses de natación casi diario, sesiones de jacuzzi. Graciela Mendoza, asistente de Hernández, me daba masajes en seco, con hielo, y con muchos ejercicio lo logramos”.

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