Algunos apuntes sobre el Brexit

RAÚL RODRÍGUEZ CORTÉS

OPINIÓN 27/06/2016 11:53 RAÚL RODRÍGUEZ CORTÉS Actualizada 11:53

El Brexit, por si no lo sabía, es el divorcio del Reino Unido y la Unión Europea. El jueves pasado, en referéndum, la mayoría en ese reino conformado por Inglaterra, Gales y Escocia (la Gran Bretaña), así como Irlanda del Norte, votó por salir del club de la eurozona, integrado ahora por 27 naciones del viejo continente. 17.5 millones de británicos votaron por el divorcio y un poco más de 16 millones por salvar el matrimonio.

Lo que hoy es la Unión Europea (UE) nació unos años después de concluida la Segunda Guerra Mundial, conflicto en el que Alemania, el Reino Unido, Francia y la Unión Soviética, disputaron el control económico y político del viejo continente. En los años 50 se formó, primero, la Comunidad Europea del Carbón y del Acero; y en 1957, con el Tratado de Roma, la Comunidad Económica Europea (CEE) fundada por Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos.

Había en ello dos objetivos centrales: evitar otra guerra y abrir un mercado compartido, que devolviera la prosperidad a las naciones europeas, sin importar que antes hubiesen sido enemigas. El bloque, además, unificó una posición geopolítica y militar frente a la expansión de la URSS, que en la posguerra controló a las naciones de la Europa del este, un poderío geográficamente delimitado por el Muro de Berlín.

La CEE comprobó su efectividad en los 60 y aumentó su membresía en los 70: cuando se asociaron Dinamarca, Irlanda y el Reino Unido. Después, tras la caída de la cortina de hierro y el colapso de la URSS, en los 80-90, la Europa comunitaria se amplió, abrió sus fronteras a todos los miembros con la creación de la Unión Europea y adoptó una moneda común, el euro, con el inicio del nuevo siglo.

El Reino Unido decidió no adoptar el euro y mantuvo su moneda, muestra evidente de una corriente de opinión interna creciente y reticente a perder su soberanía monetaria y no del todo cómoda con las decisiones de las cada vez más poderosas instituciones europeas.

Ese euroescepticismo proviene, sobre todo, de la reticencia británica al libre tránsito de personas que ha convertido al país, por su imán económico, en uno de los mayores receptores de una migración desbordada y a su clase trabajadora, en desempleada dentro de su propia tierra.

Tales recelos tienen, en contraparte, los beneficios económicos que trajo el acceso libre a ese gran mercado y el flujo, también libre, de los grandes capitales. Ese sector, que dirige lo que algunos denominan la “globalización financerista”, ha sido, sin duda, el más beneficiado de la eurozona. Un ejemplo: los magnates del mundo perdieron, al día siguiente de decidido el Brexit, 127 mil 400 millones de dólares, y entre los mexicanos, Carlos Slim y Germán Larrea, perdieron dos mil 700 millones de dólares y 486 millones de dólares, respectivamente.

La salida de la UE significará para el Reino Unido la caída de sus exportaciones al mercado único, la depreciación de su moneda, la recesión y la pérdida de más empleos. En lo político, (dada la tendencia independentista y pro europea de Escocia), no es remota su eventual desintegración. La UE, por su parte, recibe un fuerte golpe en su viabilidad geopolítica y en la globalización que empuja.

Los analistas aseguran que el Brexit fue aprobado por ignorancia y por la nostalgia de los viejos por un Estado de bienestar. Ignorantes y nostálgicos —dicen— fueron seducidos por cantos de sirenas, como el de uno de los principales promotores del divorcio, el ex alcalde de Londres, Boris Johnson, un político carismático y erudito, pero populista, muy probablemente próximo primer ministro del Reino Unido o de lo que quede de él.

Ahí está otra vez el populismo, como factor real o propagandístico que, para meter miedo, promueven los que defienden el status quo global. Populismo es el término que usan como antónimo de lo moderno, lo democrático, lo global.

Así como cuesta creer que 17 millones de votantes británicos son unos ignorantes y que la sabiduría de los viejos no deba tomarse en cuenta para equilibrar los cambios a que obliga el futuro, cuesta renegar de la aldea global, de la globalización. Es un concepto maravilloso, más real que nunca por obra y gracia de la tecnología. Pero quizá se ha llegado el momento de reorientarla y moderarla de los excesos, profundamente desiguales e injustos, con que el capitalismo salvaje la ha impulsado. Y acaso haya mucho de eso en el fondo del mensaje enviado al mundo por los votantes británicos: Globalización sí, pero mejor repartida, más igualitaria y justa. ¿Eso será populismo? 

t@RaulRodriguezC

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