El negocio de la refinación

Martí Batres

OPINIÓN 20/02/2018 13:50 Martí Batres Actualizada 13:50

La refinación ya no es un negocio, este el estribillo que la derecha ha repetido ante la propuesta de creación de más refinerías en México, para así potenciar el desarrollo energético de nuestro país. Arguyen supuestos datos duros para sustentar esta descabellada afirmación.

Sin embargo, la realidad se empeña en llevarle la contra a los genios de la estrategia económica oficial. El año pasado se anunció la construcción de dos refinerías en Estados Unidos para cubrir la demanda mexicana de gasolinas, naftas, gas licuado y diésel.

Luego de casi cinco años de consumada la privatización del petróleo los resultados están a la vista. Los energéticos no sólo no han bajado su precio, sino que se elevaron de forma exponencial, las inversiones extranjeras no se ven por ninguna parte y las “chambas bien pagadas” son una ficción de spot televisivo.

Lo que sí se materializó es la postura de no invertir en la construcción de refinerías. No obstante, en el mundo hay alrededor de 680 complejos petroquímicos y de éstos, el 21.9% están en Estados Unidos, hecho que lo convierte en el país con mayor capacidad de refinación en el mundo.

Si la refinación no representara negocio, ¿por qué nuestro principal socio comercial se empeña en tener refinerías? Parte de la respuesta es que abarata la distribución de energéticos dentro de sus fronteras. Por eso, la gasolina es más económica del otro lado de la frontera. Es claro que los mexicanos, además del costo de la refinación, tenemos que pagar la transportación de los energéticos.

Otra ventaja de la construcción de refinerías es la creación de empleos. Un buen ejemplo de esto es el complejo de Jamnaga, en India. Es la refinería más grande del mundo, fue construida en el tiempo récord de tres años. Para ello se crearon más de 75 mil empleos. Actualmente, en este lugar laboran 2 mil 500 personas.

México es la décimoprimera potencia petrolera a nivel mundial. Sin embargo, tiene sólo seis refinerías, ninguna de ellas figura entre las más grandes del mundo y todas trabajan al 40% de su capacidad.

El comportamiento estratégico de México en materia de refinerías es anómalo, aun en la lógica del libre mercado, pues se renuncia a competir en un sector de la producción, cediendo esa franja de la economía a la competencia extranjera, incluso a costa de la economía nacional y de las familias mexicanas.

Ignoro si esta situación parte de un acuerdo no escrito entre el gobierno mexicano y las petroleras extranjeras, pero lo cierto es que la ausencia de iniciativa del gobierno en lo que se refiere a energéticos revela la falta de lealtad de los gobernantes hacia nuestro país y sus habitantes. La pregunta no es si las refinerías son o no negocio, sino para quién no es negocio que México tenga una escasa producción de gas, gasolina y diésel.

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