El taxi se convirtió en un negocio familiar
Rodolfo Rosales
Don Juan Luis Hernández nunca imaginó que su oficio como chofer sería el sostén de su familia; aquí su historia.
Su voz es pausada, pero sus manos son hábiles al volante; no maneja a más de 50 kilómetros por hora, pero sabe cuál es el mejor carril para no atorarse y cómo llegar rápido, sin poner en riesgo a sus pasajeros.
Usa boina españolada, trae camisa blanca impecable, con chaleco de estambre en gris, del mismo tono que su boina.
Le comenté que me urgía llegar y sin perder la calma, me dijo muy confiado “ahorita llegamos”, pero me subí por el rumbo del velódromo y tenía media hora para llegar a Río Pánuco.
“Ni se inquiete, le garantizo que vamos a llegar cinco minutos antes. Me sé todos los atajos, cómo ganarle a los semáforos y sin correr, llevo 40 años en este negocio, pues comencé desde que tenía 25 años”.
Ya en confianza, me contó que ser taxista le resolvió su vida y la de sus hijos.
“Mire, yo no estudié más que la secundaria, iba de camisola, corbata y boina, pero me enseñaron muy bien, aunque por necesidades de la casa tuve que empezar a trabajar y luego me llegó la oportunidad de subirme al taxi y mire, son muchos años”.
Con orgullo cuenta que tiene dos hijos; ambos ya casados y que estudiaron una carrera corta, “pero la verdad que eran mal pagados, muchas horas de trabajo y poco salario.
Pero mi Luis embarazó a la novia y menos le alcanzaba”.
“Fue que le propuse comprar un auto de dos años de antigüedad y que rentara unas placas. Así lo hizo, por las mañanas trabajaba y por las noches manejaba su taxi. Así estuvo tres años y medio, cuando compró sus placas, y luego renunció a su otra chamba para dedicarse de lleno a la manejada y le va bien”.
Con su hija, cuenta, la cosa fue diferente: “Se casó con un compañero del trabajo y les iba bien porque juntaban sus salarios, pero hubo recorte en su empresa y le dieron la gracias a su esposo. Para ayudarlos, le dejaba trabajar mi taxi por las tardes y yo por las mañanas, entonces ganó más que en los laboratorios donde estaba”.
“Para no hacerle el cuento largo, se compraron coche y placas, y aunque no me crea, ser taxista se convirtió en un negocio familiar, porque no tenemos horario de entrada, nos damos tiempo de comer y trabajamos hasta las ocho de la noche, para descansar los domingos, qué le parece”.
Le dije que muy bien y de pronto, ya estábamos Río Pánuco, eran 14:55 horas, cinco minutos antes de mi cita “se lo dije, conmigo no hay falla, conozco la ciudad como la palma de mi mano” y echó a reír.
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