¿Por qué a una mujer buena?

OPINIÓN 06/05/2013 00:00 Actualizada 00:00

La violencia y la descomposición social se colaron por todo el país. Ya no hay lugar que sea ajeno a esa desgracia. No hay isla. Ni siquiera el Distrito Federal.

Y no es sólo la violencia asociada a la fallida guerra contra el narcotráfico de los últimos seis años. Esa violencia permeó en el cuerpo social y lo contaminó. Ha dado lugar a una forma de vida, la cultura de la violencia, la intolerancia, la ausencia de solidaridad y el individualismo autista. Rompió el tejido social y las consecuencias las pagan, como siempre, los justos y bien nacidos, los comprometidos con los demás y los que buscan en la felicidad el antídoto de la locura que corroe nuestra vida cotidiana.

Laura es una mujer buena, de una sola pieza. Jamás le ha hecho daño a nadie. Ha dedicado su vida a ser plena cada día: hija cariñosa y respetuosa, esposa amantísima y solidaria, madre cariñosa y excepcional. A sus 50 años cosecha los frutos de todo el amor que ha dado.

El miércoles 1 de mayo pasado, Laura fue con su hija Renata a recorrer tiendas para buscar el vestido para el baile de graduación de la joven que recién ha terminado sus estudios universitarios.

Poco después de las dos de la tarde regresaban ambas a casa en un taxi del sitio del centro comercial Coyoacán, en Río de Churubusco y avenida Universidad. Taxi de sitio, porque ha asumido que son más seguros, que se enfiló hacia calzada de Tlalpan donde dobló a la derecha, hacia el sur.

Pasando la estación General Anaya del Metro, el taxista intentó, no sin brusquedad, incorporarse al carril de alta velocidad, el que va pegado a la malla del Metro. Un Volkswagen Beettle, color azul cielo, se lo impidió. El taxista aceleró y se le metió a la fuerza. El conductor del vehículo particular se abrió a la derecha, se emparejó al taxi, sacó una pistola con la mano izquierda y disparó. El proyectil destruyó el vidrio posterior derecho del taxi e impactó en Laura. Penetró por la parte derecha del tabique nasal y fue alojarse a la parte inferior del ojo izquierdo, a unos milímetros del globo ocular y del cerebro.

Herida por el proyectil, Laura se aventó sobre su hija para cubrirla. Después gritó que le habían baleado el ojo, lloró, temió desangrarse. Renata empezó a decir que eso no estaba pasando.

Laura ordenó al taxista llevarla a un hospital o pedir una ambulancia. El taxista dobló hacia la derecha en la calle América. Ahí encontró a unos grulleros de la Secretaría de Seguridad Púbica del DF que pidieron una ambulancia.

Laura, a punto del desvanecimiento, le dijo a Renata: “Me voy a morir, quiero de ti entereza, cuida a tu hermano y a tu papá”. Éste acababa de marcar al celular de Laura. Ella intentó tomar el aparato, pero se le resbalaba con sangre. Llamó entonces al de Renata, quien con un grito de dolor dijo: “¡Papi, le acaban de disparar a mi mamá!”.

Una ambulancia del ERUM llegó en siete minutos y la trasladó al hospital, al que llegó en estado crítico aunque sin perder el conocimiento. Raúl, el hijo mayor de Laura, fue enterado del atentado por su papá, mientras éste se dirigía del trabajo al lugar donde los paramédicos realizaban los primeros auxilios. Él se ocupó de recabar los papeles del seguro médico.

La rápida y eficiente atención médica, acompañadas, a no dudarlo, de un verdadero milagro, salvaron la vida de Laura. Ella lucha ahora por salvar el ojo y reconstruir el rostro. El diablo había puesto la bala y Dios el lugar donde se detuvo y alojó. Suele Dios cuidar a los buenos, a los justos.

El taxista quedó detenido pero ya fue liberado. No es suficiente responsabilidad comprometer a sus pasajeros por forcejear con otro automovilista.

Del Beettle y su conductor se corroboró su participación en el atentado por las cámaras de seguridad de la ciudad de México. Se pudo documentar su escape por la zona de Iztapalapa pero ninguna toma, asegura el MP, permite identificar el número de la placa. Cuesta trabajo creerlo. Todo apunta hacia un caso más de impunidad que pone en riesgo a otras personas de bien. Un psicótico armado, que dispara porque se le cierran, anda suelto. ¿Cuántos locos más circulan cada día por del DF? Deben ser muchos.

Renata, Raúl, Laura mi esposa y yo exigimos castigo al agresor. ¡Justicia!

Instantánea

MIS CONDOLENCIAS a los colegas David Páramo y Martha González Nicholson, cuyos hijos Alfredo y Diego fueron víctimas de la violencia ya referida en estas líneas. Descansen en paz. ([email protected])

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