Se subió un alma en pena

Rodolfo Rosales

OPINIÓN 01/11/2016 09:39 Rodolfo Rosales Actualizada 09:39

A José Luis le tocó vivir su propia tarde de muertos el primero de noviembre, de hace 5 años, en algo que nunca imaginó que le iba a ocurrir y menos a plena luz del día.

Nuestro amigo se comunicó por teléfono para compartirnos su experiencia, no sin antes pedirnos de manera reiterativa que no nos fuéramos a burlar de él.

Le dijimos que no, que la meta de esta columna es hacer públicas las vivencias de los trabajadores del volante y de esa manera entró en confianza.

“Fue en 2001, me dirigí al mercado de flores de Jamaica, ahí seguro levantan pasaje, como cada año, y no fallé, porque apenas pasé por la parte del estacionamiento y una mujer de unos 60 años me hizo la parada”.

“Llevaba dos enormes ramos de flores: gladiolas y rosas. Tuve que bajarme y abril la cajuela para meter las flores. Ella se sentó en la parte de atrás, iba vestida de negro y con un velo que la hacía verse muy atractiva”.

“En cuanto me senté en mi lugar, la señora me preguntó que cuánto le cobraba por llevarla al Panteón Civil de Iztapalapa, luego al de San Isidro, en Azcapotzalco. Yo hice cuentas alegres, iban a ser como tres horas, de polo a polo y le dije que 500 pesos. Ella, con su voz muy dulce, me dijo: ‘le voy a dar 600, pero necesito que me ayude a bajar las flores y a adornar las tumbas de mis familiares’. Le contesté que no había problema”.

Camino a Iztapalapa, me dijo que era una mujer sola, que en el Panteón Civil estaba su mamá y en San Isidro, su esposo: ‘No tuvimos hijos, mi mamá era mi compañía, pero se me fue hace un año, la atropellaron’, yo sólo moví la cabeza”.

“Ya en confianza, le pregunté que si no habría sido mejor enterrar juntos a sus familiares y me contó que tiene una hermana que vive en el gabacho, en Los Ángeles, y como ella tiene perpetuidad en Iztapalapa, pues decidió enterrarla en ese lugar y que ella aceptó”.

“De su esposo, me confió que era agente viajero, que tuvo la mala fortuna de que en Chiapas lo asaltaran y lo mataran. Total, que luego de visitar la tumba de su mamá, nos fuimos a San Isidro y tras arreglar todo, me dijo ‘ya cumplí, vámonos a mi casa’. Fuimos a Vallejo y al bajarse, me pagó lo acordado”.

“Unas tres calles adelante, me di cuenta que había dejado su monedero y me regresé de volada a su casa, toqué, pero nadie me abrió, estaba en construcción, lo cual no se me hizo raro, porque así la vi cuando ella se bajó del taxi”.

“Con el afán de entregarle su monedero, caminé hacia una tienda y pregunté por ella. El señor me dijo que en esa casa no vivía nadie, que estaban construyendo departamentos, le describí a la mujer y puso cara de sorpresa: ‘ella era la dueña de la casa, era muy buena persona, pero se puso muy triste desde que le mataron a su marido era muy retraída, por eso fue que la atropellaron y vendieron la casa, la cual tiraron’. Yo le dije que la había subido a mi taxi, pero como que no me creyó ‘a la mejor se confundió’ y ya no quise entrar en polémica y me retiré”.

“Luego me subí a mi coche y revisé el monedero, lo abrí, pero sólo tenía una medalla de la Virgen de San Juan de los Lagos, la cual traigo en el retrovisor de mi taxi”.

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