Recamareras, artífices de la pasión

Son testigos de la "guerra del amor" en hoteles de paso

Hotel Dulce Boca (Foto: Archivo)

Al día 24/02/2015 06:00 Actualizada 06:00
 

En el eco de las paredes del hotel aún se escuchan los lamentos de la encarnizada contienda. Cantos gloriosos sumados al grito de guerra, que salen de escenarios alternos: habitaciones con ventilador, pantalla chica y adornos con jabón Rosa Venus. En esos mismos espacios cada cinco horas se regocijan nuevas batallas piel a piel, diferentes cuerpos.

Silenciosas y anónimas, las recamareras son habituales testigos de la guerra del amor en los hoteles de paso. Reconstruyen escenarios en ruinas, reedifican de entre los escombros. Guardan el secreto de gemidos y discusiones de alcoba mientras lavan, limpian, tallan y sacuden en menos de diez minutos, de forma indefinida por noche. “Primero abrimos las ventanas para que se oreé tantito y cada cuarto lo hacemos entre tres o cuatro personas, porque tiene que estar listo para los próximos. Una se dedica a lavar el baño, otra recoge toda la basura, yo cambio las sábanas, cobijas y cubrecamas y pongo el servicio de jabón” dice Martha, quien prefiere guardar el anonimato del hotel en donde trabaja desde hace dos años al sur de la ciudad.

Como artífices de la pasión, las camareras recrean el escenario de lo limpio para avivar la entrega. Saben que un preservativo ajeno, papeles en el bote de basura o cabellos en la tina bastan para que la pasión se escape. A su paso por las habitaciones reconstruyen momentos del frenesí de otros: Postizos –de todas las variedades–, diversidad de lubricantes, verduras en condones y vibradores son de las cosas más comunes que encuentran en las estancias de los hoteles. “Hay varios juguetes sexuales que nos hemos encontrado pero no sé ni como se llaman. La otra vez vi uno que era como unas bolitas que se mueven a control remoto. Además de eso dejan pepinos, zanahorias o plátanos macho con condones y también muñecas inflables”, dice Patricia Velasco, una recamarera quien junto con Juana trabaja en otro hotel al sur de la ciudad.

“Yo he tenido suerte, no he encontrado nada feo, pero mi compañera ha visto batida de popó, sábanas orinadas o llenas de sangre como si hubieran abortado. A mi solo me toca despegar los condones del espejo y de la cabecera o bajarlos de la televisión porque ahí los avientan”, explica Quilatzin, otra trabajadora de un hotel de lujo en Tlalpan.

Ellas son los personajes incógnitos de los hoteles, quienes todo lo ven y todo lo oyen. Incluso sin estar en momentos cruciales de la acción: “Un día encontré el potro del kamazutra adentro del jacuzzi. No me imagino qué querían hacer. Tal vez sentían que eran caballitos de mar o estaban jugando a ser Aquaman”, dice riendo Juana antes de irse.

 

 

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