Lidian con la delincuencia en Bahía y Portoviejo

Especial Ecuador: Quieren que acabe pesadilla

Damnificados de Ecuador, con ingenio, arman refugios; a ratos olvidan tragedia

(Foto: Gelitza Robles, El Gráfico)

(Foto: Gelitza Robles, El Gráfico)

Al día 21/04/2016 10:36 Redacción Actualizada 10:36
 

Por Gelitza Robles

ESPECIAL DIARIO EXTRA ECUADOR

Se acomoda en su colchón teñido de gris y cubierto por una sábana delgadísima por el uso. Su mirada se pierde en el cielo renegrido de Portoviejo.

La vereda es, desde del pasado sábado, la habitación donde descansa Guido Cedeño. Si hay algo bueno de dormir a la intemperie y sin el servicio de energía eléctrica, es que las estrellas vuelven a ser las protagonistas de la noche.

El terremoto de 7.8 que sacudió al país el pasado fin de semana hizo huir de sus viviendas a Guido y a sus 50 vecinos de las calles Córdova y 9 de Octubre, en pleno centro de la capital manabita, quienes se instalaron sobre la calle 9 de Octubre.

TRANSFORMAN MIEDO

Los vecinos limpiaron sus lágrimas y el pánico se transformó en creatividad. Tomaron un armario dañado y lo convirtieron en una ‘ducha’, que instalaron junto a los más de 25 colchones donde intentan dormir.

Así mismo, sobre una vetusta mesa de madera ubicaron una cocineta en la que preparan sus alimentos. “Aquí todos somos hermanos, papás, cuñados. Todos nos convertimos en una familia y nos apoyamos”, reitera Guido, señalando a sus vecinos, que ya a las 21:00 estaban acurrucados por la oscuridad.

El buen humor y el ‘don’ de contar chistes de Martha Piloso ha reemplazado a la televisión que antes los entretenía por las noches. La joven asegura orgullosa que si bien el terremoto es una pesadilla, los manabitas son personas fuertes y alegres y le ven el lado positivo a lo que les ocurre. “Nos hemos unido más, todos aquí somos una familia y nos damos la mano”, aunque temenos a las réplicas, destaca.

Su pariente, Marilú Piloso, muestra su piel bronceada. “Estamos traumados, por eso tratamos de ubicarnos en la mitad de la calle por miedo a que nos caiga alguna pared y aunque nos tostemos por el sol”, dijo.

La mayoría de aceras portovejenses se han convertido en dormitorios. Glenda Párraga, del callejón Villegas. Ríe, bromea y asegura que es mejor ver la desgracia de un lado positivo.

LA RAPIÑA

A 68 kilómetros de Portoviejo, otras 200 personas han hecho de la plazoleta del mercado de la parroquia Leonidas, de Bahía de Caráquez, su hogar. Los primeros rayos solares son su ‘despertador’, aunque nadie consigue un sueño reparador, debido a que la delincuencia limita hasta sus posibilidades de comprar comida.

LOS MÁS VULNERABLES

Jeaneth Villavicencio está desesperada. Las tiendas cercanas se negaban a abrir sus puertas debido a los saqueos que se han registrado. Su mayor preocupación son los niños. Los más chiquitos del lugar son los gemelitos Jesús Esnaide y Jesús Jerah, quienes vencieron a la muerte al nacer prematuros, pero le dieron la mayor alegría de su vida a la adolescente, de 17 años, aunque ahora, deben luchar contra la falta de leche y pañales.

Gissella teme que sus Jesusitos se enfermen y la frustración la embarga al saber que la leche de sus hijos está en los comercios que continúan cerrados. Jacinto Rivero, propietario de la despensa Yanina, ubicada en el centro de Bahía, está presto a vender los productos que necesite la comunidad, siempre y cuando tenga resguardo militar, “Hay mucho peligro, la gente tiene hambre y puede cometer errores”, recalcó.

En esa zona, varios locales ya fueron saqueados. El policía Jonathan Borja resguardaba las puertas de un centro de comercial la mañana del martes e indicó que los dueños de cualquier establecimiento puede acercarse a ellos para pedir que los resguarden. “Así se puede evitar el robo y el asalto”, dijo.

Desde inicios de semana, organismos de seguridad han poblado Bahía y Santa Castilla no pierde la fe de que pronto también farmacias empiecen a laborar. Su esposo estaba en el hospital cuando tembló, recuperándose de una operación y ahora está sobre un colchón al aire libre y sin medicamentos que calmen su dolor.

Tanto ella, como los demás albergados en el mercado de Bahía y calles manabitas, esperan que la tierra no se enoje más, para terminar de esta pesadilla que a ratos se les olvida por la sonrisa de sus niños y las ganas de volver a levantarse de entre los escombros.

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