Por Frida Alejandra
El 19 de septiembre de 1985 la Ciudad de México amaneció bajo el peso del derrumbe. Miles de cadáveres quedaron atrapados entre los escombros y la cifra oficial se desconoce.
Años después, en 2017, la tragedia se repitió con coincidencias que parecieran imposibles: el mismo 19 de septiembre, un nuevo temblor dejó 286 muertos y más de 2 mil 400 viviendas colapsadas. De nuevo, la ciudad fue declarada zona de desastre y el miedo vació calles, oficinas y plazas.
En ambos escenarios, una constante se impuso: el mismo vacío institucional. Esto dejó como única opción la organización ciudadana, que reconstruyó, en dos ocasiones, a una ciudad de entre las ruinas.
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Cada esquina de la capital se convirtió en un centro de rescate improvisado, las colonias afectadas se transformaron en espacios de solidaridad donde vecinos y desconocidos aportaban lo que podían. “Aquí nosotros también venimos a ayudar, porque fueron uno o dos edificios los que se cayeron en la Unidad Juárez. Se necesitaba apoyo”, rememora Andrés Ramos, al señalar la zona afectada en 1985.
La escena del puño en alto, pidiendo silencio para escuchar una voz entre los escombros, quedó grabada en su memoria.
Ni los protocolos, ni la autoridad, ni los recursos oficiales fueron suficientes. Los ciudadanos, entre polvo, miedo y silencio, organizaron rescates, compartieron víveres y levantaron a la ciudad de los escombros.
“En mi edificio, del 100% que vivía antes del terremoto, ahora solamente queda alrededor del 45 o 50%”, recuerda Luis Antonio Guerrero, uno de los sobrevivientes del Multifamiliar Tlalpan.
“Incluso, en esos primeros días nunca vino una autoridad a decirnos cuál iba a ser el camino que se tenía que seguir. La ayuda ciudadana fue valiosísima, nunca había visto una movilización tan fuerte”, añade.
Hoy, cada vez que escucha la alerta sísmica revive el mismo instante de incertidumbre: “Es de nuevo sentir todo ese proceso que duró minutos, pero que para mí fue la posibilidad de vivir o morir”.