"A ver qué pasa" Por Lulú Petite

No sé si estaba así de contenta por el buen día que habíamos pasado juntos, por lo mucho que...

Lulú Petite
Viral 20/08/2013 06:41 Lulú Petite Actualizada 07:00
 

Querido Diario:

La tiene deliciosa. De verdad. No es por dártela a desear, más bien te lo digo desde el principio para que no te vayas a sorprender luego. Neta, acá de cuates, tiene un miembro riquísimo. Cuando se desnudó y lo tomé con mis manitas, sonreí. No sé si estaba así de contenta por el buen día que habíamos pasado juntos, por lo mucho que me gusta o porque me alegraba ver que Iván, mi vecinito, hasta el pito lo tiene precioso.

Ya sé, dirás que exagero, que todos los penes son iguales y todos son horribles, pero te consta que me gustaba desde hace mucho, y cuando tienes algo que has deseado mucho tiempo lo ves perfecto.

El caso es que ahí me tenía, desnuda, con sus labios en mi boca, sus manos en mis nalgas y las mías explorando ese miembro erecto, impecable, apetecible. No sabes las ganas que tenía de sentirlo dentro.

Era nuestra sexta cita (la séptima, si contamos la tarde en que nos conocimos en la tienda de discos y terminamos chateando por el WhatsApp). Después de la noche en el antro, volvimos a salir varias veces, ya sabes, largas conversaciones, coqueteo, cachondeo, besos, calentura y, especialmente, el fino arte de saber meter el freno justo cuando las cosas más divertidas se ponen.

Te juro que cuando nos despedíamos, tenía que meterme a bañar con agua fría o, si salía chamba, cogerme a un cliente. De verdad, me dejaba más caliente que las entrañas del Popocatépetl, pero aguantaba con estoicismo. Si quieres hacer que un hombre se clave, no lo dejes que te clave. Si le cuesta trabajo meterse a tu cama, siempre querrá estar en ella.

Lo cierto es que para ese momento la que no aguantaba era yo. Quería sentirlo entre los muslos, pasar de los besos y el cachondeo a ponerle la cogida de su vida. Desde luego, apliqué la de mosquita muerta. De esas veces que te portas como si no tuvieras mucha experiencia pero sí mucha intuición ¿me explico? Tres cucharadas de “¡hay qué pena!” y una de “¿así te gusta que te la mame?”.

Es una de mis destrezas desde que trabajaba con el hada, aparentar que es intuición lo que es destreza. Ya sabes, dejé que su pene, en vez de entrar directamente, resbalara un rato entre mis piernas, como si no supiera cómo llevarlo por el camino correcto, dejándolo que fuera él quien me enseñara, quien tomara las iniciativas.

Me sujetó por la cintura y levantándome un poco me la metió todita. Sentí cómo su pene iba haciéndose espacio entre mis paredes vaginales. Apreté los muslos, para hacer presión, para ofrecer un poco de resistencia y retrasar más la emoción de la inminente y deliciosa penetración. Lo disfrutaba, francamente lo gozaba.

Lo abracé fuerte. Con mis manos en sus hombros y empujé mi pelvis hacia él, haciendo que la penetración fuera lo más profunda posible, que llegara al fondo. Fue una sensación tan placentera que grité. Me encantaba. Disfrutaba sentir ese enrome y venoso trozo de carne palpitando dentro de mi cuerpo, provocándome un placer tan grande, haciéndome olvidarlo todo: gozar, sólo gozar.

Iván sujetaba mi cintura haciéndome llevar un ritmo suave. Yo lo abracé y, con los ojos cerrados, lo sentí entrar y salir de mí, moverse riquísimo. Sentía su aroma, la textura de su piel, el sabor de sus besos, la humedad de su cuerpo, el calor de sus movimientos y su miembro ocupándome, llenándome, moviéndose como un pistón capaz de fabricar entre mis piernas todos los pecados.

El ritmo y la intensidad fueron incrementándose, conforme los besos y las caricias se repartían. Sus manos comenzaron a moverse, a recorrer mi cuerpo, a apretar mi piel. Con sus labios probaba mis pezones, lamía mis rincones, bebía en mi boca y su pene, violento, asaltante, obstinado, no dejaba de taladrar entre mis piernas, de provocarme descargas de adrenalina corriendo por mis venas, placer puro, lujuria, pasión, goce.

Me vine maravillosamente. Con los ojos cerrados, apretando los puños, con los músculos de mi pelvis endurecidos como rocas y haciendo contracciones profundas que inundaban mis venas de un veneno dulce y placentero, de azúcar que me provocaba una ceguera blanca, un viaje al paraíso. Fue increíble, me vine como una catarata.

Lo hicimos esa noche una y otra vez, hasta que el sueño nos venció y se quedó dormido allí, en mi cama. Cuando desperté allí estábamos, desnudos, pegados, respirando los restos de una noche fantástica, cocinada a fuego lento. Cerré los ojos de nuevo y  me volví a dormir, pensando lo que siempre en estos casos: A ver qué pasa…

Hasta el jueves

Lulú Petite

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