"Flojita y cooperando" Por Lulú Petite

No puedo pasar un día sin pensarlo, sin sentir unas ganas incontrolables de ser poseída...

Lulú Petite
Viral 09/05/2013 07:00 Actualizada 06:56
 

Querido Diario:

 

Ya te lo dije el martes, me encanta el sexo. No puedo pasar un día sin pensarlo, sin sentir unas ganas incontrolables de ser poseída. Cuando no tengo clientes, estoy muy ocupada para atenderlos o debo cerrar el changarro por mantenimiento de día veintiocho, siento ansiedad, como si algo me faltara. No sé, es como tratar de dormir sin cepillarme los dientes, simplemente no puedo.

 

Claro, a falta de hombre, para calmar las ganas siempre tengo la opción de masturbarme. Lo hago muy bien y, a decir verdad, disfruto mucho con mis dedos o con los juguetitos que guardo en mis cajones, pero no es mi hit. Sinceramente, prefiero un buen trozo de hombre invadiendo entre mis piernas.

 

Hace mucho tiempo, sentía culpa. Pero culpa cañón. Onda de que ya me hacía cocinándome en un caldero, en el infierno de los lujuriosos. Mira que andar de puta es una cosa, la vida me pudo haber puesto en el camino, pero además disfrutarlo, me parecía una sinvergüenzada sin precedentes.

 

¿Cómo era posible no sólo que no me molestara prestarle mi cuerpo a cuanto cabrón tuviera lana para rentarlo, sino además, gozarlo, dejarme llevar, lograr el orgasmo? De plano me miraba en el espejo y me sacaba de onda. Pensaba que algo podía tener dislocado en la tatema como para encuerarme con un señor de cincuenta y tantos, feo como insultar a la patria y sin mayor mérito que disponer del efectivo que cobro por una hora de compañía y, a pesar de eso, haber tenido con él un reconfortante orgasmo.

 

Te juro que después de venirme, veía al cliente y hasta pena me daba. No por él que finalmente está pagando, sino por mí, que tenía el orgasmo tan fácil. He oído a un montonal de colegas decir que nunca han tenido uno en el trabajo. Que en el oficio solo se trata de puro mete y saca, pero que jamás han experimentado placer, deseo, nada. Lo siento, yo no soy así. Me es imposible entregarme a un hombre sin, al menos, sentir sus caricias.

 

Claro, a veces no hay química, o me toca dárselas a un cabrón que me cayó mal, que no se me antoja, o que fue descortés. Ni modo, así es el negocio. De todos modos hay que dejarse coger, abrir las piernas, cerrar los ojos y esperar que el tiempo pase lo más rápido posible. Pero la mayoría de las veces me pasa lo contrario y sencillamente me dejo llevar. Colaboro. Flojita y cooperando (dicen).

 

Hace unas horas fui al motel. Me estaba esperando un hombre de unos cincuenta y cinco años. Cabello canoso, espalda ancha, manos grandes y callosas, rostro duro, algo así como entre luchador retirado y cabeza olmeca. Era un feo con una virilidad tan exaltada que apenas lo vi, se me hizo agua la boca y me dieron unas ganas incontrolables de que me cogiera.

 

Pasé a la habitación tratando de controlar mi deseo. Lo miré a los ojos y le sonreí con coquetería. Me paré de puntitas y le di un beso en la mejilla.

 

-¿Cómo te llamas?- Pregunté

-José Luis- Dijo con cierta timidez. Luego agregó: -Me dicen Güicho

-¿Me pagas Güicho?- Pregunté con voz juguetona, como diciéndole inserta la monedita que ya va a comenzar el juego.

 

Sacó de la bolsa de su camisa unos billetes que tomé y metí en mi bolso, luego clavé la mirada en sus ojos y sonreí retadora, viéndolo fijamente y sacando el pecho, para que el escote hiciera lucir la línea de nacimiento de mis senos, redondos y levantados que, atrevidos le reclamaban a sus manos que empezaran a cobrarse lo que habían pagado. Era como un anuncio viviente, una provocación que decía: Ven, sírvete, el bufet está abierto.

 

Él titubeó un poco, pero después entendió. Sin mediar palabras, me abrió la blusa con prisa y me sacó el sostén. Empezó a apretar mis tetas con fuerza, mirándolas con los ojos saltones y relamiéndose los labios.

 

-Me encantan- dijo antes de poner una mano en mis nalgas y jalarme hacia él para darme un beso en los labios. Me gustaron sus manos fuertes, su lujuria, su manera de ser tiernamente salvaje.

 

-Vente a la cama cosita, que te quiero poner una buena cogida- Dijo con una franqueza entre cortés y ofensiva -¡Qué rica estás chaparrita, te quiero comer toda!- Me dijo al oído, rumbo a la cama.

 

Antes de acostarnos nos desnudamos. De inmediato me puso boca abajo, apretó mis nalgas con firmeza y empezó a masajearlas despacio, sabroso. Sentí su lengua besarme los muslos, abrirse paso, lamerme las nalgas, acariciarme el cuerpo. Era buenísimo. Me tomó entonces de la cadera y me levantó un poco haciéndome respingar el culo. Metió entre mis piernas su cráneo y comenzó a comerme la vulva, desde su nacimiento en el clítoris hasta su cierre en el perineo. Unas lamidas húmedas, pero no babosas, bien intencionadas, eficaces. Empecé a gemir como desesperada.

 

-¿Te gusta mijita?- Preguntó de pronto -Te voy a hacer gozar como se debe- Me advirtió poniéndose de pie. Tomó un condón del buró y se lo puso frente a mi cara, después volvió a agarrarme de la cintura, me levantó de nuevo varios centímetros de la cama y así, prácticamente cargándome boca abajo, me la metió todita. Fue delicioso.

 

Continuará…

Lulú Petite

 

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