Opinión

Ana Lucia y Javier se casaron por separación de bienes en 2015. Tienen una hija de seis años. Sin embargo, se separaron hace cinco meses, y tres meses después decidieron comenzar su proceso de divorcio. 

Sus abogados les hablaron del proceso de mediación en el Centro de Justicia Alternativa del Poder Judicial de la Ciudad de México, que es gratuito, sin la necesidad de abogados, legal, voluntario, confidencial y expedito. 

La mediación, les dijeron, no los divorciaría, pero ayudaría a resolver muchos temas aparejados.

Cuando los dos se acercaron al CJA, Javier manifestó que no tenía ánimos de seguir en conflicto. Le comentó al mediador su cansancio de pelear y su indisposición para aguantar malos tratos. 

El mediador les hizo saber las reglas, una de las cuales es el respeto.

En las primeras sesiones no avanzaron; se acusaban por situaciones del pasado, y no lograban asumir que no estaban ante un juez, lo que los cargaba de desconfianza.

Frente a esto, el mediador les hizo notar el tiempo que llevaban hablando del pasado sin avanzar; les recordó que una regla importante de la mediación es centrarse en el presente para crear nuevas realidades. 

Los hizo interactuar en la dinámica de ponerse los zapatos del otro. Así, lograron avanzar hacia los acuerdos.

Se dieron la mano al sentirse validados uno por el otro, y con ello asumirse ante su hija como un equipo.

Al final, Ana Lucía agradeció como conducía el mediador las sesiones e incluso le comentó a Javier que tuviera la seguridad de que, día con día, buscaría decirle las cosas de manera que él entendiera lo que ella sentía, y siempre pensaría en lo que él decía y sentía. 

Javier, a su vez, le respondió que ella tuviera la misma seguridad. “¡No más guerra! ¡Somos familia!”, externó con un tono aliviado.