Trampas de amargura

Manual para canallas

(Foto: Archivo El Gráfico)

Al día 19/09/2019 10:15 Roberto G. Castañeda Actualizada 10:15
 

Cuando coleccionas malos ratos y recibes mensajes como nubarrones, cuando no dejas de caminar por la cuerda floja, cuando tu optimismo está en quiebra, cuando tu sonrisa no maquilla las heridas... más vale empacar la almohada y perseguir otros sueños…

Cuando los poetas no son tus mejores consejeros, cuando te asesora un pájaro negro, cuando las canciones sólo hablan de abandonos, cuando se abren las costuras de tu muñeco vudú, cuando los besos sólo saben a licor y amargura... no habrá conjuros ni terapias de pareja, ni noches enteras de placer obsceno, que sirvan para un carajo. 

Cuando trabajar sea escapar de las rutinas, cuando construyas castillos con palillos, cuando Facebook se llene de falsos profetas... estarás cerca de perder la cordura que guardaste para casos de emergencia...

Justo escribía todo lo anterior cuando Berenice me distrajo: “hey, te llegó un mensaje” y señaló mi celular. “Sí, está bien” y no le hice mucho caso al teléfono. Yo seguía en lo mismo. Ella me volvió a interrumpir: “Oye, ¿me puedes decir que chingados te traes con esa tal Jessica?”. Yo hice un gesto de no-sé-de-qué-carajos-hablas. Ella me enseñó el mensaje en mi celular: “Hola. Te extraño, amigo. TQM”. 

Traté me mantener la calma. “Haré de cuenta que no has revisado mi celular”, solté tratando de concentrarme en la computadora.

 “Robertito, te estoy hablando...”, insistió sin dejar de mirarme fijamente. “Sabes perfectamente que me caga que me digas ‘Robertito’ y sé también que lo haces por molestarme”, repliqué sin voltear a verla. “Pues hazme caso, me choca que no me hagas caso cuando te estoy hablando”, reclamó Berenice.

 —¿Qué quieres saber, qué es lo que te preocupa? —hice una pausa y le puse atención.

 —Sólo quiero saber qué quiere esa pinche vieja, ¿por qué te busca tanto? —parecía realmente molesta.

 Nunca he sido muy paciente, he de reconocerlo, pero hay cosas que es mejor atacar con buen temple, así que tomé el celular y releí en voz alta: “Hola. Te extraño, amigo. TQM”. Y remarqué “aquí dice, con claridad, “A-MI-GO”, así que si soy un poco suspicaz entenderé que valora mi amistad y me quiere mucho como A-MI-GA. No creo que sea tan complicado de entender.

 —Sé quién es ella y no es más que una zorra que está enamorada de ti. A mí no me engaña, sólo tú crees eso de que nada más te quiere como ¡¡A-MI-GO!!

 —No manches, Berenice, tú deberías ser escritora de telenovelas... 

 —¿Estás loco?, ¡a mí no me quieran ver la cara de pendeja! —seguía indignada.

 —Es en serio, tus diálogos son tan perfectos para “Mi corazón siempre se equivoca” o “Mundo de vilezas” —el sarcasmo siempre será el mejor escudo protector.

 —Tú lo que quieres es confundirme, porque no estamos hablando de eso... —Berenice pareció dudar.

 —Claro que estamos hablando de que los pinches-hombres-son-todos-iguales –ya me estaba hartando—, pero qué se puede esperar de alguien que lee demasiadas revistas de modas.

 —No, claro, que no estamos hablando de todos los hombres, sino de ti, de que eres como todos –ella no se daba por vencida.

 —¿Si sabes que “el orden de los factores no altera el producto”? —mi paciencia se agotaba.

 Ay, Roberto, ¿qué chingados te pasa?, ya vas a empezar de sabelotodo. Además no estamos hablando de química, sino de tus chingaderas.

 Con un carajo, en qué chingados estaba pensando yo. No, alto, seguramente no estaba pensando cuando me involucré con esa reinita. Y cómo chingados te puedes concentrar cuando la verdad ella sí está muy reinita. Ya lo decía mi abuelo, hombre práctico como pocos: “Hay que pensar con la cabeza... con la que piensa, obviamente”. Tuve que sonreír con malicia.

 —¿Y ahora de qué te ríes? Sí, ya sé, seguro te acordaste de algo. Roberto, ¿qué hiciste? Sí, seguramente tengo razón, por eso te ríes, porque te descubrí, ¿verdad? —aquella chica realmente se empeñaba en sacarme de quicio.

 Y si eso fuera la pinche telenovela que ella se imagina, el director tendría que hacer un “cooorte” para llamar a maquillaje y que le den un retoque a la protagonista, antes de la parte en que ella se suelta a llorar sobre el sofá y le reclama a su amado que sea tan ojete. El resto del argumento era lo de siempre: reclamos, lágrimas, el típico “perdóname, es que me da miedo perderte”. Lo demás ni viene al caso, es demasiado ocioso. Y luego la reconciliación y las noches de sexo desenfrenado que parecen compensar todo... pero sólo es un espejismo y es difícil resistirse a él, realmente complicado.

 Por eso Dante Guerra insiste eso de que “tienes un erizo de mar en el alma,/ que contradice la fragilidad de tu mirada./ Duerme inerte en un arrecife oscuro,/ esperando la furia del oleaje,/ que lo arrastre hasta la playa./ Y silencioso, agazapado como trampa,/ espera mis pasos más confiados/ para pincharme con su amargura”. 

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