Quién repara la ansiedad

manual para canallas el grafico

(Foto: Archivo, El Gráfico)

Al día 28/03/2019 09:15 Roberto G. Castañeda Actualizada 17:15
 

Ana tristea porque se siente como un alma añeja, encerrada en un cuerpo que apenas despierta a la sexualidad. Cansada de la escuela, de los problemas en el hogar, de que su novio sea un cretino, ella no encuentra su lugar en el mundo y parece que no lo encontrará. Ha reprobado dos materias, sus Converse han perdido brillo y para colmo su madre le ha dicho que tendrán que empeñar su iPod para completar la renta de este mes. Y ella que posee tan poco, que se aísla de las rutinas con los audífonos puestos, no entiende por qué siempre le toca perder. Así pasó con la computadora, cuando la llevaron al Monte de Piedad: pasaron los meses y su madre dejó de pagar, así que terminó perdiéndose en el montón a subastar. Ahora Ana tiene que hacer las tareas en el cibercafé. Pero ella no tiene la culpa, tampoco su madre, ni siquiera los que usuran con la necesidad. En realidad su padre no tiene ni puta idea de lo que es progresar: estacionado en la mediocridad, el señor de la casa no tiene trabajo estable y cuando lo consigue le da por faltar. El muy irresponsable se emborracha los domingos y hace san lunes, porque amanece con resaca o simplemente no se quiere levantar. Y Ana que no desea dejar la escuela, porque allí están sus amigas y tiene sueños de progresar, pero a veces es muy duro tener doble responsabilidad. Ella se ha empleado medio tiempo en un trabajo infame y eso le resta tiempo cuando se trata de hacer tareas o de estudiar. Y a quién carajos le importa, quién repara en su ansiedad. Su madre está ocupada en otros asuntos. Su padre es un alcohólico sin remedio. Y sus hermanitos parecen otra carga más. Ana se siente como si le hubiera tocado un ángel guardián olvidadizo o como si a algún dios cínico se divirtiera dejándola a su suerte como en los juegos de azar. Ya le robaron el celular cuando asaltaron el pesero y su tristeza se agiganta tan solo de pensar que su iPod irá a parar al Monte de Piedad. Y ella que se refugia en las canciones como si con solo cerrar los ojos el mundo fuera un sitio más llevadero. Por eso Dante Guerra es un retratista tan certero, cuando cuenta que “hay canciones que reparan soledades,/ hay estribillos que se cantan en la regadera,/ y también hay melodías que te no cansan./ Pero igual hay baladas que castigan,/ que flagelan tus ansiedades a golpe de recuerdos./ Y la primavera te llueve en los ojos,/ mientras suspiras por los momentos/ que no tienen vuelta atrás”.

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Siempre que miro a un adolescente sentado en la banqueta, a una chica que ha perdido el brillo en la mirada, a una pequeñita que vende chicles o a un niño tocando el acordeón en el Metro, no puedo evitar la congoja. Y me pregunto que han hecho para merecer esa tristeza, esa miserable vida, que no se compara con el derroche en pendejadas como la Estela de Luz. Y me imagino a los políticos bebiendo en restaurantes de lujo, a los senadores cobrando bonos por desperdiciar el tiempo, a los ex presidentes que vacacionan en las Bahamas mientras sus hijos juguetean en el mar. Y quién chingados les pedirá cuentas, quién diablos les exigirá que luchen por este pueblo que siempre merecerá más. Ya se fue el PAN, con su Fox y su Calderón y todos sus secuaces. Ya se llevaron lo que quisieron, ya nos dejaron con el Jesús en la boca, ya hicieron su reguero de mierda y de sangre, y ahora nos toca pagar los intereses y recargos. Ya regresó y se fue el PRI y no cambió mucho la cosa, porque uno se da cuenta que el sueldo mínimo es una ofensa y que el dinero ya no alcanza para lo mismo. Ya llegó la oposición y con López Obrador todo es confusión. Ya no hablemos del precio del queso o del pollo rostizado, ni siquiera de los empleos son miserables, sino de tantos jóvenes que parecen embaucados por un futuro que no luce prometedor. Ya no hablemos de los problemas cotidianos, del alza en los pasajes, del incremento en las tarifas de la luz, sino de la melancolía de aquellos muchachitos que se sienten extraviados, a merced de la miseria, bajo este calor enfermo que recrudece las ganas de quedarse inmóvil.

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Y me imagino a una chica con ganas de sentirse querida, a un anciano que extraña los abrazos, a un adolescente con el corazón hecho pedazos, a una ama de casa que ya no sabe lo que es un orgasmo, a un estudiante de medicina con tendencias suicidas, a un divorciado que ha vuelto a casa de su madre, a una madre soltera que solloza en las noches con desesperación. Sí, yo no soy de esos optimistas que creen en las cifras de los que nos gobiernan, ni se deja embaucar por lo que dicen los noticieros. Yo creo más en lo que veo en las calles, lo que percibo en el Metro, en la fila del banco, afuera de la casa de empeño. En definitiva yo creo más en lo que escucho en el mercado, en las quejas de mis vecinas, en la grisura de los pasajeros del Microbús, en el estrés cotidiano de los que caminamos bajo este sol. Yo creo más en la mirada de los solitarios, los desahuciados, los que parecen tener empeñada hasta el alma, los que se muerden las uñas, los que ya quieren que sea quincena, los que compran en el tianguis, los que ya no creen en promesas presidenciales. Yo creo más en los que como tú, como yo, como mis vecinos y mis primos, no nos daremos por vencidos, aunque suban los pasajes, aunque tengamos que trabajar y estudiar, aunque nos quieran dar atole con el dedo, aunque no encontremos otro consuelo que ponernos los audífonos y cerrar los ojos para imaginar mejores paisajes en las canciones.  Yo creo más en los que siempre necesitaremos ungüento para el alma, prótesis para el corazón. Y también creo en la agudeza de Dante Guerra, que mitiga algo las penas, cuando nos habla del dolor:  “Y cómo diablos haces para curarte,/ para suturar los jirones en el alma,/ los desastres que ha dejado/ la mudanza en el corazón./ Cómo carajos encontraremos/ una prótesis para el alma/ o aunque sea un simple ungüento/ que mitigue el ardor, esa triste desazón”.

manualparacanallas@hotmail

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