Mejor no invocar al pasado

Al día 27/09/2018 10:42 Roberto G. Castañeda Actualizada 10:42
 

Si mal no recuerdo, eran cerca de las tres de la mañana y todos estábamos borrachos, aunque unos más que otros. Algunas parejas bailaban una rola repetitiva y yo me sentía profundamente estúpido de estar ahí, rodeado de personas que no conocía y que ni siquiera iban a ser importantes en mi vida. Siempre hay alguien a quien se le ocurre poner canciones insulsas, mientras los demás observan como si aquello fuera una puesta en escena muy absurda. Tenía sueño, el ron se había terminado y las dos cervezas que me tomé me provocaron un sopor del que sólo me rescató la actitud de Mariana, que casi nunca era cariñosa. Ella que me tocó el rostro y dijo una frase común: "Me encanta tu barba". Sonrió con un gesto seductor. Se levantó y caminó hacia la terraza. La seguí porque no había nada mejor por hacer. En el edificio de enfrente había un anuncio gigante de Levi’s en el que un diablo joven vestía jeans y camiseta a la moda. Ella rió como tonta y estuve casi seguro de que ya había bebido varios mezcales. "¿No te parece que es un anuncio graciosamente sexy, ja ja ja?". No, en definitiva. El sarcasmo era inevitable: "Lo que pasa es que las revistas de modas son como tus libros de texto", aduje. Ella no le dio importancia y encendió un cigarrillo. Luego comentó que "me encantan las fiestas de mis amigos, son muy divertidas" y movió la cabeza al ritmo de la música. Yo no le encontraba la felicidad a reunirte con una pandilla de inmaduros que se alocan con los duetos de Pitbull o que apenas están descubriendo los éxitos de Luis Miguel. 

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En verdad que no le veía sentido a convivir con chicas que dicen "bubis" en vez de senos, con chavos que creen que Kasabian es un perfume y no una banda de rock. Pero resulta que me encantaba Mariana y uno siempre es un imbécil cuando se deja llevar por la pasión. Así que la tomé por la cintura y la jalé hacia mí, lo que provocó que ella se acurrucara un poco y me dijera muy quedito al oído: "Me encanta cuando te pones romántico". Uhhh, no hubiera dicho eso. Un resorte en mi interior activó la señal de alarma: “Sólo quería acariciar tu trasero y decirte que me encantas desnuda”. Y ella reviró con un “ay, yo que pensé que me ibas a decir cuánto me amabas”. Yo sólo estaba acariciando con mi aliento sus deseos, tratando de evocar cómo fue la primera vez que tuvimos sexo. Recuerdo que sonaba Sabina en el estéreo: “Yo no quiero catorce de febrero/ ni cumpleaños feliz./ Yo no quiero cargar con tus maletas;/ yo no quiero que elijas mi champú.../ Lo que yo quiero, corazón cobarde,/ es que mueras por mí”. Pero Mariana no moría por mí, ni yo por ella. Así que luego de un buen rato le comenté que ya estaba harto de ese ambiente. "Ya me quiero ir. ¿Te vas conmigo o te vas a quedar en casa de tu amiga", le pregunté, pero ella me silenció con un beso largo y húmedo. Media hora después me largué sin despedirme, mientras ella bailaba con alguien.

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Y así como llegó, igual se extinguió el deseo. La última vez que me encontré a Mariana estaba en el Covadonga, sentada con cara de fastidio junto a un tipo bastante borracho y que miraba al piso como si tratara de medir la profundidad del abismo. Yo iba acompañado, así que apenas nos saludamos desde lejos. Su cuerpo seguía siendo como la escena del crimen: nadie podía dejar de mirarla. Imaginé entonces, mientras recordaba aquellas madrugadas compartidas, que tarde o temprano Mariana y yo acabaríamos haciéndonos daño. Tiene mucho que no sé de ella. Tampoco voy a mentir jurando que la extraño. Ha pasado demasiado tiempo y yo me siento a veces como en una canción de Andrés Calamaro: “Mi muñeco vudú se perdió en la tormenta/ con mil alfileres clavándose en mi corazón en venta.../ Se dice de mí que nunca vuelvo y siempre me estoy yendo a ningún lugar,/ que tengo que parar de navegar./ Ya me di cuenta, me lo dijo mi corazón en venta”. Ahora salgo con otra chica, muy diferente a Mariana. Y las noches a su lado son delirios constantes, murmullos entrecortados, caricias como mar de fuego. Pero los demonios del olvido nunca se están quietos. Y cierta madrugada, mientras el insomnio me alaciaba las pestañas, me llegó un WhattApp de Mariana: "Estoy escuchando a Los Amigos Invisibles y me acordé de ti. ¿Será que te echo de menos? jajaja". Le iba a contestar que a lo mejor era porque ya sólo somos amigos imaginarios, pero preferí ignorar sus guiños. Porque a veces es mejor no invocar al diablo. Y recordé la última vez que vi a Mariana: sentada junto a un tipo que no parecía tener visa para el paraíso. Que bueno que no soy yo quien suele mirar ese abismo con melancolía. Que bueno que hay una mujer que me abraza en la oscuridad, sin más necesidad que la de sentirse cómoda entre mis brazos. Porque me pasa como a Dante Guerra, con frecuencia: "Luego pienso que mi muñeco vudú/ no está en buenas manos,/ a veces lo creo demasiado./ Por eso no es bueno invocar/ a los demonios del pasado,/ que siempre están acechando".

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