El corazón en vilo

manual para canallas, el gráfico, Roberto Castañeda

(Foto: Archivo, El Gráfico)

Al día 25/07/2019 09:51 Roberto G. Castañeda Actualizada 09:52
 

Teníamos más ilusiones que un actor en su debut teatral. Viajábamos en Metro y cotorreábamos a los pasajeros, sonreíamos a los pordioseros y le pintábamos bigotes a los presidenciables. Leíamos a Jaime Sabines y pateábamos los envases de refresco. Bebíamos cerveza enlatada y fumábamos recargados en la pared de la facultad, con poses de sabelotodos aunque no sabíamos gran cosa de la vida. Ser universitario era, como ahora y como siempre, un orgullo. Discutíamos con los maestros, peleábamos a puño limpio por nuestras esperanzas. Usábamos Converse, jeans desgastados y playeras de The Cure o nuestras bandas favoritas que comprábamos en el tianguis. Nos emborrachábamos los viernes, en el estacionamiento, saliendo de clases o en las fiestas en casa del conocido de un conocido. Alejandro Cárdenas y Francisco Barradas eran mis mejores amigos y creamos El Club del Insomnio, porque dormíamos poco y soñábamos mucho. En realidad no era ningún club, sólo éramos un puñado de románticos que intentaba comerse el mundo. Y se sumaron otr@s delirantes, unas más que otros, como Eva o Chucho, también Monicure, Gina, Josué o Marichuy. Cuando recuerdo todo eso pienso que fue hace demasiado tiempo. Y de pronto tengo ganas de llorar y volveré a pensar que el ayer es un gato que sólo fue a retozar por las azoteas.

> > >

Mis amigos y yo coleccionábamos himnos que nos reconciliaran con el mundo. Los Fabulosos Cadillacs o Sabina y Los Smiths nos parecían fantásticos para sonorizar esos momentos en que soñábamos con cambiar el mundo, con hacer una revolución sin manos. Sí, éramos un tanto ingenuos y no faltaba el maestro que se reía de nuestras teorías, de las creencias, del entusiasmo que nunca falta en los jóvenes. Éramos demasiado apasionados y poco prácticos. Nos gustaban casi las mismas cosas, intercambiábamos libros, editábamos un fanzine escolar que se llamaba 'Barra Libre', nos enfiestábamos sin motivo y bailábamos canciones de U2 o cantábamos nuestras rolas favoritas de La Maldita y Toreros Muertos. Éramos un puñado de ilusos y teníamos demasiados proyectos por concretar. Queríamos viajar por el mundo con hartos sueños en el equipaje. Guardo una foto de aquellos años en la que todos sonreíamos y parecíamos muy hermanos. Ahora es una Polaroid que atesoro, que miro una y otra vez sin creer que Alejandro ha fallecido.

> > >

Alex fue uno de mi mejores amigos en la universidad. Mentiría si digo que recuerdo perfectamente el día que lo conocí. Lo que sí tengo muy claro que desde entonces era un tipo brillante, que irradiaba seguridad y simpatía. A él le encantaba el cine y a mí la música; también viceversa. Ya se le notaba el talento para este oficio de 24 horas que es ser periodista. Aún guardo los ejemplares de la 'Barra Libre' en las que escribió sus primeras críticas cinematográficas. Escribía muy bien el condenado, así que los profesores se le reconocían. Tal vez su santa madre hubiera querido que fuera médico o abogado, pero él estaba destinado al periodismo. Y logró una carrera fantástica, con tanto cariño como prestigio y supo ganarse el título de "Príncipe" entre todos los que lo admirábamos. Mi buen Alex, aún no puedo aceptar que te has ido. Todavía no me resigno a creer que te falló tu fabuloso corazón. Ay, querido Alex, déjame contarte que te despidieron con mucho amor, que dejaste un caudal de afectos. Déjame decirte que allí estuvieron tus familiares, los grandes amigos, para honrar el camino de luz que trazaste. Déjame te digo que hasta Guillermo del Toro te dedicó una emotiva despedida. Déjame decirte que te extrañará tanta gente, como tu Raquel Peguero, tu Elia Baltazar y tu Mónica García, tu querido Jesús Hernández. Déjame contarte que mi hijo Dante, al que le diste clases de periodismo, me acompañó a decirte adiós. Déjame decirte que seguramente Demián Bichir te echara de menos en un próximo festival cinematográfico, ya no podrá abrazarte ni decirte "pedrusco" como acostumbraba. Ay, querido Alejandro Cárdenas, la redacción no será la misma sin tus talentos. Salúdame por favor a nuestro añorado Manuel Gutiérrez Oropeza que, al igual que tú, se fue demasiado joven y mucho antes de que les tocara.

Mi querido Alex, no me resigno a tu ausencia. Así que me quedaré con los recuerdos, esos los atesoro en este cachivache que tengo por corazón. Como bien dice Eva Ruiz Aguilera, quien te dedicó "Tan joven y tan viejo", del buen Sabina: "eres el primero del Club del insomnio" que sigue abriendo puertas. No me lo tomes a mal, Alex, pero prefiero postergar lo más que se pueda nuestro próximo encuentro. Mientras llega el momento te despido con el abrazo de Dante Guerra: “Naciste un día que Dios andaba de buenas./ Quizá por eso era que sonreías arcoíris/ desde que abrías los ojos/ hasta que los cerraste por última vez./ Naciste en esas sábanas comunes/ que a todos nos cobijaron/ por igual en el seguro popular./ No naciste en cuna de seda/ ni muchos menos, querido Alex/ y sin embargo creaste un reino fantástico,/ poblado de gente que te adoraba/ y te reconoció como un “Príncipe”./ Naciste igual que al irte:/ con esa mirada buena/ de los seres que están destinados/ a tocar el corazón de aquellos/ que merecieron el arcoíris/ de tus sonrisas más eternas”. Seguro te fuiste antes de tiempo porque Dios andaba distraído o tramitando su pensión, porque no lo entiendo, no. Y yo reniego de este dolor quemante que nos dejó tu adiós.

Google News - Elgrafico

Comentarios