Su chorro tibio

Sexo 13/11/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 19:48
 

Querido diario: Terminamos besándonos contra la puerta del baño por motivos meramente circunstanciales: yo iba de salida y él venía buscándome. Apenas me perdí ahí adentro un par de segundos, buscando un envase de crema corporal con la brillante marca blanca del hotel en la cara frontal, sé que le gustan los masajes, así que quería estar preparada, en caso de que se ofreciera. Pero al parecer, durante mi ausencia nos habíamos puesto impacientes. El frasquito se me cayó de las manos, y ahí se quedó el resto de la hora, olvidado.

Por otra parte, mi cliente de esta ocasión era un muy buen besador. Me tuvo a su merced entre su boca y la pared en un santiamén, al punto que tuve que agarrarme de su espalda con las uñas, porque las piernas comenzaban a cosquillearme furiosamente. El jarabe espeso del deseo que me revolvía el vientre ya me goteaba por entre las piernas, empapándome para él exclusivamente, pero debo admitir que, aunque estaba muy excitada, aún tenía cabeza para que me causara gracia lo alto que era. Ahora que yo no llevaba tacones puestos, él tenía que inclinarse unos centímetros extra para alcanzarme la boca. Eso sí, hacía buena cuenta de ella cada vez que la atrapaba con la suya.

Su erección surcada de venas fue engordando entre mis dedos, y él me hizo el favor de colocarse el preservativo en la punta, para que mis manos lo estiraran hasta la base. Le sonreí y luego saqué la lengua, dándome golpecitos en ella con su miembro solo por el placer de sentir cuán pesado era. 

Él, mi cliente, se apoyó con las manos abiertas a la puerta cerrada del baño y me observó mientras yo movía la cabeza de adelante hacia atrás, comiéndome el grueso de su erección hasta el punto donde la tenía agarrada con un puño. Cada vez que lo oía jadear por mí, o maldecir por las piruetas de mi lengua, un chorro caliente y espeso de flujo me empapaba la ingle. Ya me sentía deseosa y más que lista.

Finalmente me complació, en lo que me saqué ese trozo suyo de la boca para cubrir de chupones uno de sus testículos. Aquello lo hizo absorber el aire entre los dientes y agarrarme por el pelo. Me subió a su cintura con fuerza, haciéndome sentir incluso más pequeña ahora que compartía altura con él. Se quejaba, igual que yo, al ritmo de cada estocada dura con la que él se desquitaba. Era exquisito.

 Las cosquillas de un orgasmo potente ya me las iban apagando hasta las rodillas. Cerré los ojos, él grito, millones de luces de colores me iluminaron el alma mientras el llenaba el condón con un potente y tibio chorro de leche.

Hasta el jueves, Lulú Petite.

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