Sin tregua

Sexo 07/10/2019 20:30 Lulú Petite Actualizada 09:57
 

 Querido diario: El último servicio fue bastante movidito, sobre todo por la energía de toro que mi cliente traía. Era evidente que traía todas las ganas de coger posibles, porque me tuvo de abajo para arriba sin darme tregua. Vengo llegando del motel, a escribirte.

Aferrada al marco de la puerta que daba al baño, me dejé llevar por sus estocadas duras contra mis caderas, mientras mis uñas se arrastraban sobre la superficie de madera en una solicitud silenciosa de clemencia.

Ni tan silenciosa. Cada vez que la cabeza de su miembro se aplastaba deliciosamente contra mi sexo, se escapaba un gemido de mi garganta. Por instinto, y porque en realidad quería más y más con cada segundo que pasaba, terminé echando el culo hacia atrás y hacia arriba, invitándole a cogerme como mejor le gustara.

En cuestión de segundos, una de esas manos subió de mis caderas hasta mi cuello y me obligó a enderezarme. Me llevó a la cama, cuerpo contra cuerpo y a pasos cortitos, sin dejar de cogerme, con el orgasmo a punto de llegar. ¡Puf! ¡Delicioso! Todo mi vientre era una gelatina cargada de impaciencia que únicamente buscaba estallar.

Mis rodillas estaban temblando cuando las apoyé sobre el colchón, y la anticipación me hizo cerrar los puños sobre las sábanas mientras él se ubicaba atrás de mí. Gemí en cuanto sentí cómo su pieza me rellenaba todos los espacios vacíos. ¡Caramba! Qué grande era. Mi columna vertebral dibujó un arco como respuesta inmediata a la ola de placer, exquisita y poderosa, y otro gemido me brotó del pecho en cuanto eché la cara hacia atrás para recibirlo de nuevo.

Sus embestidas eran duras ahora, más duras que antes, y mis quejas pronto se convirtieron en gritos nuevamente. Una y otra vez, sentí cómo su rígido mástil se hacía un espacio adentro de mi sexo, penetrando entre mis paredes rebosantes de jugo que cada vez se ponían más y más húmedas para continuar alojándolo.

Llegado el momento, colapsé sobre mis propios codos y me quedé muy quieta mientras él montaba mi orgasmo como un profesional. Cada embestida que me dio mientras mi clímax repicaba en todas las esquinas de mi cuerpo, fueron como derramar gasolina sobre un incendio. No había final para ese hilo interminable de placer. Yo seguía estallando en fuegos artificiales a cada segundo que pasaba, y a cada golpe de su pene contra mi carne más caliente.

La verdad, no hubiera podido arrodillarme después de eso sin su ayuda. Apenas y fui consciente de cuando se salió de mí, por lo que la sorpresa de sus manos en mi pelo pasó bastante taimada. Lo único que supe después fue que mis extremidades flojas aterrizaron sobre la bonita alfombra, y mi boca se abrió en automático para recibir esa pieza enchumbada de mis jugos. Me causaba mucho morbo saber que él quería utilizar mi boca para correrse, por lo que afané en espabilar y comencé a dibujar piruetas alrededor del tronco de su pene, palpitando con tanta sangre. Ahora era mi turno de olvidarme de las treguas. Sentí en mi boca cuando el condón se llenó. 

Hasta el jueves, Lulú Petite

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